Mario R. Cancel
Escritor y profesor universitario
Los recursos literarios invertidos por las vanguardias históricas altomodernas desde el dadaísmo hasta el surrealismo, han perdido en el presente mucho de su carácter disociador. La función que la revolución de las comunicaciones y las imágenes ha impuesto, hace que la metáfora pierda buena parte del carácter subversivo que tuvo en los momentos gloriosos del ultraísmo o de la escritura automática. Conmover al lector por medio de la palabra escrita o dicha resulta cada vez más cuesta arriba. El lector ya no se sorprende con el experimentalismo como sucedió en las primeras décadas del siglo 20.
La institucionalización del recurso experimental redujo la capacidad de escandalizar que una vez tuviera la literatura, pero con ello también se podó el potencial subversivo de ciertas prácticas. Ese proceso fue especialmente notable tras la Segunda Guerra Mundial. Una explicación sociológica para ello sería que tanto el “Nuevo Orden Keynesiano” como el llamado “Socialismo Real”, en su balance precario pero balance al fin, cumplieran con la función de refrenar la confianza en el poder revolucionario de la palabra literaria. Ello no impediría que, en momento de crisis y reto al orden, reapareciera una literatura potente y protestataria como fue el caso de la denominada Generación del 1970 en Puerto Rico, el Grupo SMOG –“Valentía, Pensamiento, Imagen, Profundidad”- en Moscú, o la Generation Beat en Estados Unidos. El sabor del fracaso en los proyectos animados por ellos permitiría la comprensión de la moderación política –el final de las utopías- en numerosos autores del 1980 en adelante.
Los procedimientos característicos de las vanguardias altomodernas siguieron siendo útiles para escritura transformándose en la caja de herramientas común para un conjunto de escritores que se percibían como neo- vanguardistas camino a la postmodernidad. La capitulación de la capacidad de subversión de la palabra y la desconfianza en las posibilidades de cambio, sin embargo, no ha despolitizado la escritura. El compromiso social, valorado por Walter Benjamín, sólo evade el lenguaje directo característico de la segunda posguerra y la década del 1960, y se reformula acorde con la notable desconfianza que despiertan los paradigmas de la modernidad y sus utopías clásicas.
La presencia de elementos vanguardistas en la prosa narrativa, ha sido uno de los rasgos más distintivos desde la generación del 1970 que se reitera en los nuevos narradores posteriores al 1980. El neovanguardismo postmoderno que aquí defino, llama mucho la atención precisamente por ello. Pero ciertos debates del 1920 han sido superados hace mucho. En cierto modo, el rechazo convencional que los surrealistas expresaban por la prosa, que era algo así como una respuesta al rechazo de los prosistas realista-naturalista y los positivistas por la poesía, ha perdido sentido. En el caso del neovanguardismo postmoderno, la poesía se prosifica y la prosa vuelve a poetizarse, en un juego en el que las dos formas expresivas ganan.
Esa actitud me parece visible en la producción literaria de Marta Aponte Alsina (1945-), Rafael Acevedo (1960-), Eduardo Lalo (1960-), Zoé Jiménez Corretjer, (1963- ), José E. Santos (1963-), José Liboy Erba (1964-), Elidio La Torre Lagares (1965-), Juan López Bauzá (1966-), Pedro Cabiya (1971-) y Francisco Font Acevedo (1970-). La mayoría nació en la década del 1960 y publicó su obra a fines de los 90 y principios del 2000. Casi todos han cultivado la poesía y permiten la convivencia de elementos poéticos en la narrativa, lo cual genera un producto híbrido, cuestionable desde la preceptiva narrativa moderna y clásica. Todeos representan lo mismo una continuidad y una ruptura con la tradición tardo moderna más conocida de Puerto Rico: la denominada Generación del 1970.
La inserción de los procedimientos de vanguardia en los escritores citados no es uniforme. Tampoco se juega con estos recursos con las mismas reglas que se jugó en el contexto de las vanguardias históricas tardomodernas. Pero lo cierto es que la producción cultural tanto de las vanguardias históricas tardomodernas como de las neovanguardias postmodernas, se expresan en el marco de la relación tensional con los valores de su tiempo. Lo que sugiero es que circunstancias análogas pueden conducir al ejercicio de procedimientos análogos, sin que una línea de continuidad deba ser definida con el fin de establecer una imagen uniforme, jerárquica o evolutiva de esa situación. No me parece que se trate de una “deuda con el pasado” ni de una “herencia” ni de una “influencia”.
En el caso de la relación de los narradores citados con las vanguardias históricas puertorriqueñas la consideración es crucial. El hecho de que el fenómeno de las vanguardias históricas puertorriqueñas, por su carácter alternativo, haya sido un tema marginal de la historia literaria canónica, las convierte en un asunto de especialistas. La bibliografía de las vanguardias históricas puertorriqueñas es exigua. Luis Hernández Aquino sigue siendo una fuente que hay que mirar, los trabajos de Pedro Juan Soto y Carmelo Rodríguez Torres, o los de Luis Rafael Sánchez y Jan Martínez sobre algunos autores vanguardistas, no me parece que sean muy conocidos. La pre-concepción de la historiografía literaria al uso de proyectar la experiencia vanguardista como un intermezzo entre el Modernismo y la Generación del 1930 transformándolas en un hecho episódico de irracionalidad juvenil antes de la maduración de la conciencia nacional, ha sido fatal.
Lo otro es que algunos de estos autores neovanguardistas postmodernos arriban a las vanguardias por caminos que no son los de los estudios hispánicos o los estudios puertorriqueños. El impacto de la literatura no hispánica de la posguerra y de las narrativas alternativas, consideradas no-literarias por su asociación con el mundo mediático, altera la naturaleza del vanguardismo. No se trata de una “deuda con el pasado” ni de una “herencia” ni de una “influencia”, sino de una re-invención original, si cabe el concepto, que la crítica convencional acostumbra a conectar con el modelo que las precede de manera mecánica. La idea de que éste es un vanguardismo discontinuo y desconectado de las vanguardias históricas puertorriqueñas no debe desecharse.
Lo que domina estas formas escriturales dominantes en los neovanguardistas postmodernos es lo que Juan Antonio Ramos celebró hace poco en un conversatorio como la libertad palpable con la que redactan, sin que ello implique una ausencia de disciplina.
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