- Melissa Pagán Acevedo
- Estudiante Subgraduada de Historia (RUM)
En 1995, la Asociación Puertorriqueña de Historiadores y la editorial Postdata, publicaron el volumen Historia y literatura. En el mismo participaron la narradora Ana Lydia Vega, el crítico Juan G. Gelpí y los historiadores Fernando Picó y Mario R. Cancel. El volumen contó con dos valiosos prólogos firmados por el escritor Rafael Acevedo y la historiadora Silvia Álvarez Curbelo.
Historia y literatura fue un intento de revisar los vasos comunicantes entre la narración y la invención historiográfica y las ficciones literarias. La rica experiencia de deslizamientos entre uno y otro campo que caracterizó a la llamada Generación del 1970 en nuestro país, fue un componente de un debate inacabado. En esta entrevista se vuelve sobre aquel problema y las circunstancias que favorecieron la discusión.
MPA: ¿Se le pidió que hiciera el análisis entre historia y literatura con propósito de la publicación del libro, o lo decidió hacer por su propia cuenta? ¿Qué lo motivó?
MRC: El Foro de 1994 sobre la relación de la historiografía y la literatura, fue parte de un proyecto de revisión de la relación entre ambas disciplinas que desarrolló la Asociación Puertorriqueña de Historiadores, organización que yo había ayudado a fundar. El tema había sido de mi interés desde 1985, año en que fundé la revista Islote con el novelista Carmelo Rodríguez Torres. Islote era una publicación dedicada a ambas disciplinas. En la década de 1990, cuando se generalizaba el debate sobre el postmodernismo en Puerto Rico, se hacía necesario abrir aquel tipo de discusiones. La propuesta de que la historiografía es un tipo de discurso narrativo análogo al literario y que puede ser interpretado como un discurso literario, siempre ha sido una de mis pasiones. Mi interés por la historiografía cultural, por la investigación histórica y por la escritura creativa, explican mi disposición a trabajar el asunto desde aquel momento.
MPA: ¿A qué cree se debe el que profesionales de los campos literario e histórico se sientan incómodos con la ‘invasión’ a su campo de parte del otro?
MRC: Creo que tiene que ver con una tradición muy remota que establece fronteras entre un discurso racional y otro que se presume que no lo es; o entre un discurso científico y otro que se cataloga como su opuesto. Es una herencia problemática de la Ilustración y la Modernidad o, si lo planteo desde una perspectiva historiográfica radical, de la cultura burguesa que dominó a Occidente desde el siglo 19. El hecho de que se denomine “invasión” al ejercicio interdisciplinario, es un indicador curioso. Presume que la discursividad es un mundo “privado” y “exclusivo”, le otorga características semejantes a las que da a la “propiedad” que la modernidad sacraliza. La “invasión” se interpreta como una “agresión” foránea amenazante. Entre la cultura científica y la humanista se estableció un muro. Una tercera cultura que apropie la relatividad del saber de una manera madura me parecía entonces una promesa excelente.
MPA: ¿Por qué dice usted que el carácter híbrido de los discursos, ya literarios o históricos, que se adentran en el otro campo es “fácilmente desdeñable”?
MRC: La Modernidad, la Ilustración y el pensamiento académico formal, valoran el saber por su pureza y su estructuración. La hibridez o la impureza es lo que la Modernidad, la Ilustración y el pensamiento académico formal, consideran la principal agresión a esa pureza. Es algo así como un catarismo radical aplicado al saber. En la medida en que se viola el canon clásico, que es la medida, modelo o paradigma de lo perfecto, desechar al que ejecuta la violación parece justificado. Pero esa hibridez, que no es una novedad, es una manera alternativa y sugerente de “saber las cosas” de maneras alternativas y de enriquecer la cultura colectiva. La idea es evitar una sola mirada y estar abiertos a la pluralidad de la s miradas.
MPA: ¿Qué relación hay entre la técnica de escritura y su percepción por el lector? Es decir, ¿Por qué cree usted que a los lectores les “está malo” un análisis histórico con tono de cuento y un cuento con tono de análisis histórico?
MRC: Me parece que en esto juegan un papel fundamental los sistemas educativos a los cuáles están acostumbrados los potenciales lectores. Ese planteamiento era crucial en 1994. Entonces estábamos en medio de una batalla contra unos estilos tradicionales de enfrentar el saber. El muro entre los saberes tenía todavía cierta legitimidad entre los consumidores de la cultura. Pero no estoy en posición de decir que todavía sucede lo mismo en 2009. Las formas y los contenidos de la discusión cultural han cambiado mucho desde entonces a esta parte. La lectura de la producción literaria e historiográfica reciente, me indica que la situación ya no es la misma.
MPA: ¿Qué, además de documentos, considera usted le da autoridad al discurso histórico?
MRC: Creo que valdría la pena definir con propiedad que es “documento”. También ese concepto sufrió una revolución extraordinaria desde el momento del positivismo hasta el presente. “Documentarse” ya no significa lo mismo que en el siglo 19. Aclarado eso me parece que varias cosas son cruciales. Que se ocupe de asuntos que apelen al presente, que no divorcie el pasado del presente pero que acepte que el pasado es una invención que siempre se elabora desde un presente cambiante, que el historiógrafo acepte que su discursividad no es definitiva sino que posee la plasticidad de una interpretación más, y que sea un discurso bien articulado en el cual incluso el cabo suelto tenga su razón de ser. El pasado es como un verso polisémico de infinitas posibilidades. El presente también. Me parece crucial que el historiógrafo ofrezca una imagen del pasado que no sugiera que somos esclavos del mismo y, mucho menos, que ese conjunto de cosas nos ha conducido al “callejón sin salida del presente”. Verlo así sería como equiparar la “Historia” a “Dios” y ambas siempre me han parecido dos autoridades dictatoriales que mutilan la posibilidad del cambio y de la libertad del ser.
MPA: ¿Qué tiene que decir sobre los relatos históricos a los cuales se les ha dado tanta validez y que luego resultan ser erróneos? ¿Qué efecto, si alguno, tiene esto en la noción del público de que la historia es infalible y concreta?
MRC: Si aseveró que todo relato historiográfico es una versión del pasado desde un presente, no hay tal cosa como “relatos erróneos” y “relatos correctos”. Solo quedan los relatos. Un Quijote del presente posiblemente enloquecería con la lectura de novelas de ciencia ficción cibernética y viajaría el país en bus o en motocicleta. Eso no hace incorrecto el Quijote de Cervantes. Solo invita a que se le entienda en su contexto. Lo mismo sucede con una versión de la historia que ha perdido su legitimidad. Ella no es más que una versión que traduce ciertas estructuras de poder concretas las cuáles ganaron una legitimidad que luego perdieron. Me parece que aceptar que la historiografía no es infalible es un logro tan importante como aceptar que no hay literatura de belleza perfecta que siempre deba ser imitada con el respeto que se le da a un clásico inconmovible.
MPA: ¿Qué opina usted sobre el comentario de Juan Manuel García Passalacqua de que “la historia siempre es escrita por los que ganaron”, y que esto le quita credibilidad a la misma?
MRC: Creo que se equivoca pero que su comentario acierta en alguna dirección. También los derrotados piensa, inventan y hasta escriben su historia. Lo que me parece que quiere decir Juan Manuel es que la historia que difunden las instituciones del poder es la de aquellos que vencieron. De eso no me queda la menor duda. Pero dado que yo no creo que haya “una historia” y prefiero hablar de “muchas historias” o “versiones”, el asunto no me parece medular.
MPA: ¿Cómo ve usted la relación entre historia y literatura a 14 años de haberla discutido en su ensayo? ¿Cree que los muros entre las disciplinas aún están allí?
MRC: He aprendido a vivir con ambas. La bigamia es sabrosa. Dije lo mismo sobre las dos seductoras amantes, lectura y escritura, que me habitan desde la adolescencia. Puedes ver ese comentario en Una reflexión sobre la escritura texto que publique hace algún tiempo. Te aseguro que la situación ya no es la misma que en 1994. En Puerto Rico se estila otra literatura y otra historiografía que se miran mutuamente con otros ojos. Eso sí, me parece que la riqueza de la literatura es más notable que la de la historiográfica y que todavía hay que hacer mucho desde la zona de los que dicen que miran al pasado.
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