- Mario R. Cancel
- Escritor y profesor universitario
!Pero ay de ti,
Tiempo pateado!
!Ay de la horrible tempestad
de la palabra hueca!
Franz Werfel (1890-1945)
Federico Irizarry Natal, escritor y profesor de Ponce, deja a los lectores en Kitsch (Isla Negra editores, 2006) una valiosa colección de textos en donde el poeta se burla de sí mismo y su oficio. Pero lo cierto es que la poesía de Irizarry Natal representa mucho más que eso. También puede ser leída como una propuesta teórica-literaria dura, según lo ha indicado en su prólogo JuanMamuel González Ríos. Los elementos que sirven de andamiaje al prologuista son en lo fundamental tres. Por un lado, la noción del «turismo» postmoderno como una forma degradada del «viaje» que abre la modernidad; y la lectura del volumen como una expresión de la estética «camp» y la estética «kitsch». En este comentario voy a referirme solo a los últimos dos a fin de apuntar este excelente libro.
El elemento «camp» sugiere cierto culto a la exageración y un discurso cargado de ironía que imprime la imagen del descuido, y el desparpajo a la palabra poética. La carnavalización pantagruélica de la imagen y la caricatura mordaz, se imponen como recurso, convirtiendo al poeta en una suerte de voz rebelde más allá de las rebeldías convencionales y modernas. Debo recordar que la modernidad también convirtió la rebeldía en un acto performativo y calculado. El “camp” elabora una caricatura interesante de ello como alternativa no viable.
La estética «kitsch» implica un culto pensado al mal gusto y a lo vulgar y pone al poeta en la situación ideal para violar una convención estética respetable. Pero se trata de una actitud que también se ritualiza en la medida en que crea una “estética al revés”, del mismo modo que la misa negra satánica procede ante la misa blanca cristiana. Se trata de una evocación irónica del gran arte que apela con regularidad al mismo, para alimentar su imagen de discurso cuestionador. La dialéctica maniquea entre ambos mundos es interesante. Un intelectual desinformado de la tradición que ironiza, sería incapaz de producir un texto genuino.
Es evidente que se trata de dos protestas concretas contra la estética moderna y, por medio de ella, contra la estética clásica. Una forma de interpretar el proceso que vive Irizarry Natal sería apropiarlo como una expresión de la voluntad de romper el hipotético balance apolíneo mediante la violación de las reglas del buen gusto aristocrático y burgués. De ese modo, la poesía se convierte en un arma más en el arsenal de los rebeldes, sin perder su conexión con la tradición a la que cuestiona.
También me parece obvio que se trata de protestas que maduran en momentos de cansancio cultural. La conocida úlcera en el ano de la Venus de Rimbaud, con todas sus sugerencias, cumple con esa función. La carroña de Baudelaire como signo de una belleza incomprendida, igual. Incluso numerosos pasajes de los textos postnarrativos de Charles Bukowski o de Luis Rafael Sánchez, sugieren una postura análoga.
El retorno de la actitud «kitsch» sugiere, en efecto, el cansancio que produce la estética moderna y clásica. Pero el retorno también demuestra que el cansancio nunca ha significado el agotamiento de la estética que se agrede. La estética convencional regresa y siempre vuelve a ser vejada. La pregunta a hacerse es en dónde radica su vigor. Me parece que la fortaleza de las convenciones modernas sobre lo bello o el arte residen en el hecho de que las mismas se han convertido en un producto de consumo común, incluso para el más insulso y el peor de los diletantes.
El Kitsch de Irizarry Natal sintetiza una discursividad del fracaso y la vacuidad. En «Ars» el poeta sale a buscar el fuego de los dioses y regresa con un cigarrillo. En efecto, se trata de un fracaso y un vacío si se le mira desde la elevación de la estética moderna y clásica. Fuera de ese marco, se trata otra vez de poesía que no fracasa en la medida en que está llena de respuestas novedosas. El cigarrillo es la única llama posible de asaltar: el saber como chispazo casual de Federico Nietszsche vuelve a hacer acto de presencia. Al final, y a pesar de la afirmación de su condición de «poeta menor» (60), el lector se encuentra ante un libro valioso. Ya se sabe que, en Occidente, cualquier poeta posterior a William Shakespeare siempre será menor.
La poesía de Irizarry Natal propone una variedad de tácticas interesantes. Lo más notable es que el lector se ubica ante una «poética irrealista sucia y deformadora». La mirada o interpretación irónica de la tradición es crucial. Pero, como sugerí en otro momento, ese procedimiento, para ser funcional, debe montarse sobre una red intelectual sólida. El poeta la posee. El intertexto y el collage caótico de fragmentos diversos se impone y se trabaja muy bien. Cada fragmento funciona como otro tipo de nota al calce de lectura.

Fdederico Irizarry Natal
El Cavafis de «Mientras agoniza (mirada de Cármides)» (42), conduce al Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. El poema «Camp» (26-27) alude a algunos lugares comunes para la persona enterada en la vida de Pedro Albizu Campos, pero no diría mucho a quien la ignorara. En ambos casos la huella, real o inventada, del expresionismo alemán es notable. Pero es innegable que el producto poético requiere una lectura más intelectualizada que la lectura de un texto moderno convencional. En síntesis, no se trata de una lectura fácil. Es una escritura elitista cuya deconstrucción requiere una cantidad extraordinaria de saberes.
Kitsch es una poética abierta pero compleja y radical. Irizarry natal es riguroso con la escritura que se ejecuta en tiempos del mercado global pero sigue apelando a ella como una opción. Primero, a la poesía como búsqueda infructuosa según hace en «Ars» (23); a la poesía como discurso subalterno al modo en que sugiere en «Zoom» (60); a la poesía como fracaso presente en «Fort / Da (Final de juego)», texto cortazariano que incluso juega con la tachadura dada o surrealista (31); y a la poesía como reiteración dado que «es algo que ya ha sido» según alega en «Hangar (para ruiseñores ebrios») (33-34).
Detrás de estos textos hay mucha violencia o rabia muy bien teatralizada. Ambas sirven para cuestionar las convenciones más banales. Pero a pesar de todo, la voz poética también retorna a los espacios consagrados para dictar su discurso. No le queda otro remedio. Muchos poemas nacen y mueren en los lugares de la bohemia burguesa. La ciudad, el bar o café (26, 47), o las nalgas de una mujer detrás de los jeans (36), son lugares comunes de la modernidad y la postmodernidad. Se ultraja a la modernidad desde el frágil lugar de la transición hacia «quién sabe dónde» que es la postmodernidad. En cierto modo, el poeta moderno y el poeta postmoderno siguen funcionando como intelectuales burgueses.
Federico Irizarry Natal invita a muchas lecturas. Una lectura sociológica moderada forzaría la pregunta de cuánta pertinencia posee un proyecto para la difusión de la estética ‘kitsch» o «camp» en Puerto Rico hoy. Esa misma lectura podría conducir a la respuesta de que “no hace falta promoverla.» El mercado ha impuesto lo «kitsch» en todas partes. Bastaría entrar a Plaza del Caribe o ver televisión local, para reconocer el placer sensual de la gente ante el mal gusto. Pero los poetas postmodernos no escriben sobre la base de «lo que hace falta» sino para «sentirse bien». Me parece que Federico se siente bien. Eso para mí es su mejor testimonio.
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