- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Catedrático de Historia y escritor
Uno de los aspectos más polémicos en la investigación de la figura de Pedro Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño, han sido las relaciones de esa organización con el Partido Socialista en la década del 1930. La obra narrativa de Luis Abella Blanco, La República de Puerto Rico. Novela histórica de actualidad política, ofrece pistas valiosas sobre la imagen del Nacionalismo y de Albizu Campos en un escritor Socialista Amarillo o no revolucionario. Como se sabe, desde 1934 el Partido Nacionalista atravesaba por una crisis política producto tanto de la persecución política de las autoridades policíacas coloniales como federales (1934-1936); así como de los cuestionamientos al liderato albizuista resumidos con posterioridad en la “Carta a Irma” redactada por José Monserrate Toro Nazario (1939).
Abella Blanco fue un socialista moderado que poseía el señorío de un buen burgués. Sus posturas sintetizan la opinión del movimiento encabezado por Santiago Iglesias Pantín. El autor estaba muy consciente de los reparos políticos del Nacionalismo hacia el anexionismo militante del liderato socialista. Iglesias Pantín se había transformado para los Nacionalistas en un icono de la traición. Fungiendo como Comisionado Residente en Washington, como se sabe, presentó en 1934 y 1935 un proyecto de Estadidad para el país por lo que el Nacionalismo armado atentó contra su vida en Mayagüez en 1936.

Luis Abella Blanco, escritor socialista puertorriqueño
La narración de Abella Blanco se inserta en una larga tradición de sátira política que incluye títulos como “Los viajes de Scaldado” (c.1889) de Ramón E. Betances, “El avispero” (1892) de Luis Bonafoux, o “El cuento de Juan Petaca” (c. 1912) de Salvador Brau. La sátira en aquellas narraciones caminaba en una diversidad de direcciones -los Compontes en la primera, una miserable ciudad local en la segunda, la Confederación de las Antillas, en la última-. Pero el tono de cinismo y desenvoltura es el mismo, rayando siempre en la insolencia y la procacidad. Abella Blanco no se oculta mucho a la hora de hacer la caricatura literaria: usa pseudónimos obvios para designar las figuras públicas que protagonizaron la vida civil de la década del 1930, elemento que facilita la lectura de la novela para cualquier lector que, en términos generales, conozca la época.
El volumen usa como lema el poema “Bolívar” de Luis Lloréns Torres. La selección adquiere un tono irreverente en la medida en que el lector contrasta la imagen de Bolívar con la que Abella Blanco ofrece de Pedro Albozo del Campo, Libertador de Puerto Rico y Primer Presidente de la República en 1932, en su novela. Lo más curioso de esa República, desde mi punto de vista, es su evidente genealogía dieguista. El Puerto Rico Libre imaginado conducirá a una República con el Protectorado de Estados Unidos, condición jurídica que puntualizará su incapacidad para la Independencia en Pelo. La República tendrá el trasunto del Proyecto Plattista de José de Diego. Lo más interesante es que la incapacidad para la Libertad no es adjudicada al líder. El responsable es el Pueblo, que sigue siendo “niño” e incapaz para apropiar ese valor supremo del Imaginario Liberal que es la Libertad. La infantilización de la Nación ha sido un lugar común de los observadores de la historia de Puerto Rico durante el siglo 19 y 20.
La narración inicia con un curioso proceso judicial contra Puerto Rico, que permite al autor aclarar la tesis del texto. La Nación es acusada del delito de ser incapaz «para regir sus propios asuntos” (7). El interrogatorio desemboca en una síntesis del pasado nacional propio de la Generación de 1930. El 1898 fue el “gran colapso moral” (11) que produjo la pérdida de la moral y de la identidad. La diferencia es que España no es la Madre Reverenda de la Hispanofilia más feroz sino el remedo vulgar de una patética figura sanchesca. El juicio se apoya en la creencia de que el Reino había entregado a Puerto Rico como “botín de guerra” (10) a los americanos en 1899.
Las respuestas al interrogatorio que ofrece el acusado, Puerto Rico, legitiman la Independencia como opción última a la vez que justifican los medios para obtenerla. Los contrastes entre la imagen de España y Estados Unidos son típicos de los pensadores anteriores al 1930. El pasado hispánico se dibuja con atributos devastadores. El presente estadounidense se mira con condescendencia, admiración y optimismo. España no pudo dar lo que no tenía: la llave de la Modernidad. No está de más recordar que los Socialistas de principios de siglo, encontraron en el régimen impuesto en 1898 un aliado invaluable. El impacto de aquella relación fue crucial en su percepción del problema del estatus y en el tono que desarrolló el sindicalismo que practicaron. El Partido Socialista sólo representó un peligro para el Capital extranjero y nacional, durante las primeras dos décadas del siglo 20.
El Puerto Rico acusado se defiende por medio de la discursividad del Nuevo Trato y el naciente Populismo. Una concepción neomalthusiana (13) y la idea de la redención que representa el industrialismo (15), se combinan para criticar la “teratología jurídica política” que es la colonia (19). El juicio quedará irresuelto, pero esa situación embarazosa abrirá el camino hacia la Independencia, que es el tema del resto de la breve narración.
La cultura socialista de Abella Blanco es rica. La arquitectura narrativa recuerda textos clásicos del pensamiento social decimonónico. La novela posee el tono magisterial y racionalista de la “Parábola” (1819) de Henri de Saint-Simon, el teórico de la Sociedad de los Industriales y, en cierto modo, uno de los antecedentes del Socialismo de Estado o del Corporativismo. Su redacción es análoga también al texto “Los enemigos de la Libertad y de la felicidad del Pueblo” (1832), de Augusto Blanqui, por su construcción a imitación de las minutas de una inquisición jurídica intensa.
La República de Puerto Rico de 1932 se consolidaría tras un cuartelazo encabezado por Albozo del Campo y se apoyaría en una alianza entre la República y Estados Unidos por medio del “Tratado de Palo Seco” (43 ss). Pero la secuela de toda esta ficción es que el radicalismo albizuista, exclusivista por demás en la teoría y orgulloso de la Raza y la Nación, se suprime después de triunfo. Puerto Rico Libre es una sumisa República Asociada que depende financieramente de un empréstito americano que se verá precisado a admitir la construcción de estaciones carboneras para la U.S. Marine donde aquella las necesite. El tratado bilateral incluso reconocerá el derecho de intervención de Estados Unidos cuando sea necesario. La República de 1932 disfruta de una Libertad Fingida, a la manera de su antecesora, la República Cubana Plattista.
Una nota clave para entender el debate entre Nacionalistas y Socialistas se encuentra en la decisión del Gobierno de la República de declarar Persona Non Grata y expulsar del país a Santiago Monasterio Patín (43). Su imagen como el “Lenine de las Islas del Mar Caribe” (49), ratifica el respeto que los obreristas puertorriqueños expresaban al legendario Viejo Gallego. El problema que quiero resaltar es que la tensión entre Socialistas y Nacionalistas, estaba alimentada por las diferencias de estatus, no por diferencias en términos de la percepción de la clase obrera como fenómeno social o del compromiso que se debía manifestar con la misma. La pregunta que me hago es si un Partido Socialista independentista, hubiese sido interpretado y apropiado de un modo distinto por el Partido Nacionalista. Después de todo, las relaciones con el Partido Comunista Puertorriqueño entre 1934 y 1938, no fueron del todo malas a pesar de la distancia ideológica entre ambas organizaciones. Dado el hecho de que numerosos Rojos y Comunistas colaboraron con el Partido Nacionalista hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, el planteamiento no me parece desacertado.
Albozo del Campo es construido con los rasgos de un estratega experto. El Ejército Libertador aprovecharía el día de paga en el orbe cañero -sábado 4 de febrero-para articular un exitoso grito insurreccional en 8 localidades urbanas (31-32), eventualidad que sirve para resarcir el fracaso del 1868. El apoyo de una guerrilla rural a un vigoroso ejército formal de 7 brigadas que suman 100,000 efectivos (35-36), permite que el 8 de febrero de 1932, se asegure la Independencia. Los paralelos de estos combates con los inventados por Luis López Nieves en su clásico Seva (1984), no deben ser pasados por alto. ¿Se trata de la nostalgia por un pasado bélico inexistente? La Independencia, sin embargo, no produce el efecto esperado. Lo que sucede al triunfo es una borrachera de la Libertad que impide el despegue de la economía nacional, por lo que los lazos de dependencia de Estados Unidos en lugar de romperse, se estrechan. La clave de la parodia es esa paradoja para el independentismo inocente e idealista que ve en la Libertad una Panacea o la Piedra Filosofal de los viejos alquimistas.
Albozo del Campo, tolerante con la versión de la República Feliz de las Tres B’s que vive el país recién liberado, un Piripao Tropical, tendrá que imponer la ley con mano dura. Tras reconocer que el Pueblo no está preparado para la Libertad, en “Proclama Oficial” del 27 de marzo de 1933, establece una dictadura férrea con tal de restablecer el orden y garantizar el desembolso del préstamo de 10 millones que espera sane la economía nacional (72-75). El signo de ese autoritarismo es la censura, prisión y fusilamiento del director del periódico “El estoque” Guillermo Atila Garcés (84). Abella Blanco ha conseguido su meta: minar el proyecto Nacionalista y el culto a Albizu Campos, el Mártir.
¿Cuál fue el futuro de la República de Puerto Rico? En la frontera de la dictadura, Pedro Albozo del Campo recapacita en torno a su obra política. El punto de giro es el arribo de los 10 millones del empréstito americano el 4 de mayo de 1934 (95). El escenario está lleno de contradicciones: la salvación de la Nación representa a la vez su condena. Los observadores están muy conscientes de que Puerto Rico terminará “convertido en un tributario de Estados Unidos” (95) o, como quien dice, que la independencia ratificará la dependencia. El patético oxímoron político de la Independencia Dependiente, puede ser interpretado como otra “teratología jurídica” o un borrador muy tenue del Neocolonialismo más vulgar.
Abella Blanco argumenta sobre el asunto por medio de un complejo discurso médico insertado en el texto. El Puerto Rico Libre es más pobre, menos sano y menos seguro que el Puerto Rico Colonial (96-103). La paradoja es interesante: la Independencia pone en fuga el proceso de Modernización que abrió el 1898. ¿Qué es más importante en todo caso? ¿La Modernización o la Libertad? ¿Cuál el sitio de Puerto Rico en el Relato Liberal? ¿Está excluido del mismo como Hegel y Marx excluían a los pueblos no occidentales?
El país, además se convierte en el espacio de conspiraciones financieras complejas: el National City Bank, competidor del Banco Nacional Puertorriqueño, acapara capitales y conspira contra la República (104) en estrecha alianza con un poderoso partido anexionista que crece en los intersticios de la sociedad y promueve una intervención americana en el territorio (105). Las analogías con la actitud de los Separatistas Anexionistas que encabezaron la Sección de Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano antes de 1898, son notables. El pasado imaginado es el borrador de este falso futuro inventado por Abella Blanco. La pregunta que me hago es ¿qué resulta más distópico: el pasado o el futuro? Vistos desde la perspectiva del Relato Liberal, ambas partes de la línea resultan atrofiantes y deformadas, sin duda.
El homenaje más significativo que hace este autor Socialista a Albozo del Campo imaginario y al Albizu Campos real, es el reconocimiento de una racionalidad e inteligencia política que lo conduce, en privado, a reconocer su error y hacerse responsable del desastre en el que ha culminado el sueño de la Libertad. El hipotético llanto de Muñoz Marín al cabo de su vida no es sino el retorno al lugar común. La frase que sintetiza su arrepentimiento es muy interesante: “no es lo mismo decir misa que tocar campanas ¿Hasta dónde me ha llevado mi locura?” (106) El prócer acepta su condición de iluso e incluso la de loco, diagnóstico que usó eficazmente lo mismo el FBI que el Populismo en el poder, con el fin de minar la imagen del líder rebelde.
Su reflexión histórico-mística culmina cuando escucha una décima callejera cantada por un ciego que guarda gran parecido físico con el periodista fusilado Atila Garcés (112). En ese momento Albozo del Campo se suicida de un tiro en la cabeza, en su oficina presidencial, el 10 de diciembre de 1934 (113). Esa acción, una aporía para cualquier nacionalista de corazón, no es un acto de debilidad suprema sino un acto de amor y rectificación. Albozo del Campo se quita la vida por amor a la Nación o, como quien dice, para liberar a Puerto Rico de su presencia. El cristianísimo sentido de culpa por un pecado perdido en la memoria colectiva, lo explica todo.
El cierre de la novela no deja de resultar grotesco y hasta irrisorio. Sin el caudillo, la República no sobrevive: nadie es capaz de suceder a Albozo del Campo en el poder. ¿Tuvo sucesores Albizu Campos después de su encarcelamiento producto de los procesos de 1936? La respuesta es que no, cada sucesor terminó siendo la poco menos que la sombra de aquel titán. Todo parece indicar que, por su energía, ese tipo de caudillo iluminado autoritario ejerce una fuerza castradora sobre su militancia y estimula la sumisión. Ni siquiera el fiel Marcelo Gotary alias Luchía, su Jefe de Policía, se sentía en posición de cuestionar las decisiones del Líder. Este Cristo Antillano no consiguió otro Pedro que fungiera de Pontífice Romano. Tal vez por ello Gotary también se suicida en el primer aniversario de la muerte del Señor Presidente. En la lápida de Albozo del Campo obrará como homenaje una reescritura prosificada del poema a “Bolívar” de Lloréns Torres. Allí donde abre el libro termina el mismo con una interesante paradoja. La nota de fracaso es total.
Por fin, el 22 de diciembre de 1934 la Isla es invadida por los americanos esta vez por la bahía de San Juan. Una puesta al día del 1898 se impone con otro breve Régimen Militar que culmina en la creación del Estado Libre Asociado de Puerto Rico (115-116). El pretexto del ELA se refiere al Proyecto Phillip Campbell de 1922, antecesor del plan de Miguel Guerra Mondragón de 1943. La idea de Abella Blanco es que el ELA, mata y subsume la Independencia (115). El ELA es un tipo peculiar de Estado Incorporado a la Unión, como el que todavía buscan en sus pesadillas más incongruentes lo populares de derecha. Pero en todo caso se trata de un correctivo provocado por el el ilusionismo Nacionalista. Esa teoría del ELA como placebo de la Libertad es fascinante. Luis Abella Blanco ha dado en el clavo.
La lectura de este texto informa sobre el contenido de una imagen de Pedro Albizu Campos que el Nacionalismo Político, Cultural y Académico ha emborronado en el proceso de consolidación de un culto civil al líder. Pero la apropiación de un mito de esta naturaleza tiene que estar informada para que fructifique.
Comentario en torno al libro de Luis Abella Blanco. La República de Puerto Rico. Novela histórica de actualidad política. San Juan: Editorial Real Hermanos, 19–. 123 págs. Publicado originalmente en la revista 80 Grados
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