- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Catedrático de Historia y escritor
Jiménez-Corretjer, Zoé. Puerto Nube. Carolina: Terranova, 2008. 123 págs.
Puerto Nube, el nuevo volumen de narrativa de la poeta y crítica Zoé Jiménez- Corretjer, es la historia de un amor contradictorio y trágico. A través de esta novela heterodoxa se establece una propuesta compleja sobre el amor, el erotismo y la sensualidad desde la perspectiva del género. Este es un texto reflexivo y bien pensado que debe ser interpretado con cuidado. En Puerto Nube la escritura literaria se maneja como un medio legítimo para teorizar sobre una diversidad de problemas concretos. El reto del lector es, en consecuencia, doble cuando se enfrenta a la misma.
La actitud de Jiménez-Corretjer ante la escritura literaria ha sido compartida por un sinnúmero de escritores posteriores al 1980. La poesía de Alberto Martínez Márquez, la narrativa larga de Eduardo Lalo o de Mara Negrón, entre otros, comparte esa idea de la literatura como un lugar para pensar, procedimiento que en Puerto Nube alcanza un elevado nivel de refinamiento.
Llamo novela heterodoxa a Puerto Nube por la voluntad manifiesta de la autora por cancelar la narración évènementiel, factual o cronológica a lo largo del texto a favor de la discontinuidad y la fragmentación selectiva. Una vez reducidos los acontecimientos, el lector se enfrenta a una serie de cuadros que deberá hilvanar o reacomodar. Se trata de las impresiones subjetivas del triángulo amoroso de Aurora, Teresa, Juan. A las divagaciones de esas personalidades, se une la voz poderosa de un narrador omnisciente que ofrece pistas para articular un cosmos sobre la base de los retazos que componen el libro.
El rico lenguaje de esta novela reafirma, por otro lado, la condición de poeta de la autora. Dos poemas, “Oración” (29-30) y “El jaguar” (43-44), reafirman la voluntad de la escritora de que la narratividad no se divorcie de aquel espacio en que la palabra sola inventa el mundo.
De este modo, Jiménez-Corretjer quiebra la concepción de lo que significa una novela en tres direcciones. Primero, por su voluntad de teorizar y reflexionar en el texto a pesar de la preceptiva tradicional. Segundo, por la ruptura con la narración évènementiel y su recurso a la discontinuidad. Y tercero, por la invasión del lenguaje poético y el poema en la textualidad. Se trata de elementos que se pueden asociar, si se quiere, a las protestas de una (neo) vanguardista, o a la rebelión irrealista e, incluso, antirrealista que se percibe en la narrativa de los últimos 20 años en el país.
Se trata de un relato simple. Aurora y Teresa, dos mujeres que representan un doble interesante, aman a Juan de un modo que este no puede corresponder. Puerto Nube, la taberna de los espejos o la sala de espera del aeropuerto, son lugares genéricos a penas abocetados que funcionan como espejismos. Los escenarios más concretos en este texto narrativo son otros. Se trata de determinadas miradas de los cuerpos en juego. En ocasiones es el cuerpo aislado de una mujer cuando juega consigo en contacto con la naturaleza, como sucede en el capítulo «Danza vegetal» (23 ss); o los cuerpos juntos durante el sexo al modo que se describe en «Juan y Tere en el umbral de cuero» (49 ss) o en «El tálamo y la flor» (85 ss). Se trata de una trama que siempre se lee como si se tratara de un primer plano cinematográfico muy exigente, como algunos textos de Marguerite Duras. La acción se mueve por los lugares de la intimidad, uno de los elementos más relevantes de la escritura posterior al 1980 en el país.
Para conseguir el efecto, se elabora un intenso esfuerzo por poetizar el erotismo y la sexualidad. Para ello se recurre a una variedad de recursos. Las alusiones y metáforas de fuerte componente religioso, como es el caso de los conceptos del viaje, la iniciación, el umbral, el habitante y el huerto, todos utilizados en la obertura del «Canto I. Puerto Nube,» son el mejor ejemplo de ello (13-14). El abrazo de los amantes en el «umbral de cuero» (49) es otro de esos momentos cruciales que aluden a la magnanimidad de lo sagrado sobre el mito del paso de un nivel a otro a través del texto. El viaje también permite relacionar este texto con cierto tipo de escritura fantástica que pone velas hacia el interior para, desde allí, enjuiciar el mundo.
Pero el logro mayor en ese discurso es el que consigue cuando se trabaja el momento del éxtasis erótico. Los pretextos literarios recuerdan lo mismo las tradiciones extáticas cristianas, que la imaginaria epopteia de los Misterios Eleusinos. Las constantes referencias a los criterios maniqueos que dominaron numerosas religiones antiguas o la alquimia babilónica, china o medieval, dan una sustancia inusitada a esta novela. De este modo, signos convencionales como la luna y la humedad, que se usan para referirse a lo femenino, se llenan de un contenido plástico nuevo ante su opuesto. El uso cuidadoso de ese lenguaje es el que conduce al lector a reconocer que un hombre y una mujer no aman del mismo modo. Ni siquiera sienten el erotismo de un modo similar. Todo ese engranaje mágico, combinado con un fuerte ingrediente telúrico o terrígeno, marca la narración convirtiéndola en una experiencia única de lectura.
Eros, se convierte en este texto en el fundamento del ser. Ese es el fundamento de toda actitud dionisíaca. Esa fuerza creativa se trabaja como el espacio idóneo de la irracionalidad y del caos. Jiménez-Corretjer metaforiza la sexualidad sobre la base de construcciones que animalizan a los personajes que se sumen en la pasión erótica. El sexo es el dominio del instinto, de la pérdida de una humanidad estéril que ha sido forjada sobre la base de convenciones sociales y, ocasionalmente, dominadas por el sentido de culpa y vergüenza ante la expresión de yo natural. El espanto que siente el ser inhibido ante el yo desnudo, desaparece en la sexualidad transparente de Aurora y Teresa: el cuerpo se ha metamorfoseado en un templo para el goce.
En esta poética, una extraña y rica zoología asiste a la poeta. La sensualidad hace que la amante se sienta «como un pez resbaladizo y frío» (45), o que «las palabras como peces» (55) se escurran entre los besos húmedos. O que el sexo oral se exprese en una garganta «ahogada de serpientes» (60) y la amante se sienta como una «salamandra llena de fuego y de deseos» (87) cuando se masturba contra el cuerpo del amante. Se trata de especies fenomenales típicas de un bestiario bien leído que se combinan con el sabueso que olisquea (91), entre otras muchas. La sensación de que el amor es un acto de bestialismo (92), puro instinto (94) y que su culminación harta como cuando un animal ha cazado (104), es patente. En esta percepción converge con ciertas posturas ligadas a la tradición surrealista más radical.
La idea del amor físico en Jiménez-Corretjer ya estaba esbozada en su conocido «Texto hombre,» publicado en el 2000 en Cuentos de una bruja. «Te como si quiero,» decía entonces la escritora, para luego insistir: «tú eres la culebra que yo he hecho.» En Puerto Nube amar es deglutir. La figura se reitera a través de todo el libro (13, 38, 50, 60, 70, 110, 111). Amar es tragar, ingerir, consumir, destruir y, al cabo de todo ello, crearse, recrearse, reinventarse de un modo feliz y trágico.
Jiménez-Corretjer juega con fluidez con la narración en primera y tercera persona, acomoda el poema y la epístola al lado de otros procedimientos más convencionales, adopta la voz de dos mujeres y la de un hombre para dejar al lector un producto maduro que no encaja en la narrativa femenina reciente de esta parte del Caribe. Me parece que eso es lo mejor de todo. Cualquier libro es un acto de traición a una parte del pasado, y una semilla que se siembra. Zoé Jiménez-Corretjer deja con Puerto Nube un interesante planteamiento para la narrativa en la postmodernidad.
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