Cincuenta y siete
…a los que se arriesgan, y a Clío, que no se merece estas palabras
Cuando llegó hasta mi terraza a la hora de la lectura me preguntó el alienígena.
-Y tú ¿qué eres?-
-Historiador, -le dije- sólo a veces.
-¿Qué significa eso?- Dijo mientras ponía uno de sus largos dedos azul-gris en la nariz pequeña.
-Es salir de un laberinto para ingresar a otro, auscultar desconfiado cada cosa, sobrevivir como animal herido. Oler la soledad que medra en cada esquina del mundo y comprenderla. Es mirar cada cosa y aceptar que es pasado y semilla, múltiple y arbitraria para nunca apostar a un futuro apetecible y dulce.
-No entiendo- vaciló- ¿y qué ganas con eso?
-Logro que las legañas del tiempo no consigan cegarme con las alevosías amargas de una creencia púdica. Prefiero la impudicia del abismo.
Mientras el sol se ponía, tomó vino conmigo mientras miraba cada cosa.
A 9 de noviembre de 2017
Dos
…para mis estudiantes de todos los tiempos
Después que el alienígena apuró la primera copa de vino ya no fue el mismo.
Sus grandes ojos verdosos se movían de un lado a otro, como los de mi gata Caciba cuando insisto en mirarla cara a cara y ella trata infructuosamente de enfocarme.
-Y tú ¿dónde vives?- preguntó
-Aquí adentro se llama casa, afuera se llama país- argüí.
-¿Qué representa eso? ¿Dónde termina la casa y empieza el país?- preguntó sin entusiasmo.
-La casa es el lugar desde dónde sabes el país y te defiendes de él- afirmé.
-No entiendo- vaciló- ¿cómo te defiendes en este lugar tan vulnerable?
-Este es el laberinto que conozco porque yo lo construí. Aquí no necesito ser historiador, solo necesito ser una persona: nada es pasado ni futuro. Solo es el presente y cuando todo es presente y estás con tus libros, reconoces los atisbos de la libertad.
Al tomar un largo sorbo, una gota de tinto se corrió por la comisura de sus pequeños labios…
A 30 de noviembre de 2017
Cero
…a mis estudiantes futuros y probables
Tras observarlo largo rato me di cuenta de que éramos distintos. Su boca pequeña carecía de la capacidad de sonreír. Eso significaba que no podía sonrojarse o empalidecer. Su piel tampoco era apropiada para amoratarse.
-¿Para que tuerces la boca de distintos modos? -auscultó curioso.
-Para expresar lo que siento- afirmé mientras el alienígena ponía sus dedos largos en la diminuta barbilla.
-¿Lo que sientes? ¿Qué significa sentir?- inquirió.
-Es convertir en gesto o mueca lo que nos afecta…- afirmé mientras esbozaba una sonrisa y luego una mueca de dolor.
-¿Muestras entonces los dientes tanto para una cosa como para la otra? ¿Cómo sabré lo que sientes si haces lo mismo?- caviló.
No supe que responder. Entonces la gata Caciba se aproximó a paso lento y cadencioso y saltó sobre la mesa de la terraza. Olió el borde de la copa de vino del alienígena y se recostó sobre las páginas de un volumen que había sobre la mesa.
-¿Qué es eso?- indagó.
-Un libro- afirmé.
-¿Para que sirve? ¿Acaso para que reposen esos organismos peludos que siempre sonríen o se duelen?-
-No, -dije con seguridad- para que repose lo que sentimos antes o después de pensarlo y ponerlo en práctica.-
-Eso significa,- coligió- que en eso que llamas libro guardas tus alegrías y tus dolores.-
Me tomó por sorpresa. Nunca lo había visto de ese modo.
-En cierto modo sí,- acepté sin mucho circunloquio- es un libro sobre la revolución.
-¿Y qué es la revolución?-
Bajé la vista y apuré un denso trago de vino mientras pensaba una respuesta.
-Es una manera de caminar de un punto a otro y no ir a ninguna parte con el fin de evitar ciertos actos que siempre vuelven a cometerse. Es como cambiar todo de lugar para volver a dejarlo donde estaba al principio. Es como moverse y seguir en donde estás. Es una manera de volver al mismo sitio y hacer las cosas mal o bien de un modo innovador sin percatarte.
El alienígena arqueó las pequeñas comisuras de sus labios primero hacia arriba y luego hacia abajo dejando ver sus diminutos dientes.
-Me recuerda la incertidumbre de la mueca que no sabemos si es sonrisa o mueca de dolor- Caciba se levantó, caminó con parsimonia y se restregó sobre su brazo que reposaba en la mesa.
Mi visitante miró hacia el cielo ya oscuro. Una estrella en el cinturón del gigante imaginario atrajo su atención. Caminó sin tocar el suelo en dirección del flamboyán de flores azules que crece en mi patio y se desvaneció en la nada.
Caciba volvió a recostarse sobre las páginas de mi libro abierto.
A 20 de junio de 2018
- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Historiador y escritor
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