Narradores 2010 : Contramundos, irrealidad e infamia


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“La escasez de realidad que informan sus ojos no lo desanima”

“factor cero” de Alberto Martínez-Márquez

Dada su desconfianza en torno a la relación del logos con la realidad, Alberto escribe como si se tratara, ya no de un diálogo inútil, si no más bien de un monólogo infructuoso. El interlocutor imaginado no hace falta. Si acepto esa premisa se me facilitarán las cosas. Ahora debo  tratar de determinar qué imagino que me dice o me cuenta este escritor. Así salvo la responsabilidad con los tribunales académicos y puedo continuar disfrutando del libro.

Hay algo del retrato de una despiadada inhumanidad en estos textos, casi tanta como la que percibo en la narrativa de Pedro Cabiya y en la de Elidio La Torre Lagares desde sus particulares talleres y con su peculiar instrumentario. Me siento tentado a pensar que Alberto oscila entre un realismo y un irrealismo igualmente sucios, faltos de pulimento como la imagen borrosa que recogemos de las cosas. En ese sentido, la vulgaridad es una virtud. La mejor metáfora de ese emborronamiento oscilante está, me parece en el texto “para llegar a la ciudad de U” (56). Pero el vaivén no es un mero viaje de A hasta B: el narrador se detiene selectivamente en diversos espacios de la curva y desde allí escribe.

Diálogo de infames

El temario a través del cual se mueve, al menos el que yo decido resaltar, confirma la imagen que recojo. El asunto del doble en “la mujer  aquí a mi lado se llama Thérèse” (15), anuncia universos paralelos en “esplendor de la trampa” (32),  o trasunta el círculo hermenéutico que toscamente sugiere el “cuento de nunca acabar” (17). Se trata de tres maneras de conculcar la realidad.

Diálogo de sordos

La documentación irrealista y su demostración domina. En “franco o el espacio ausente” (16)  toma la forma de agujero de gusano o Puente de Einstein-Rosen que ocupa la mesa. Pero en “el otro lado” (45), el empalme lo ofrece la arracionalidad del sueño o de la misma imaginación. El asunto no se queda allí: “tócala de nuevo” (47) vuelve al asunto a través del filme por medio de la figura de tonos grises del Dooley Wilson de “As time goes by”. ¿La voz narrativa es un intruso en Casablanca? Tal vez, tal vez. Me parece que el proceso culmina casi al final del libro cuando Apolodoro de Corinto acaba por destruir la obra magna de su vida en “el fin de la belleza” (61).

La otra pasión de Alberto es el tema de la muerte, la destrucción o el fin de la cosas. Puntea toda la ruta de A a B en la oscilación, esa que definí entre el realismo y el irrealismo sucios. En “ha fallecido” (22) y “poética” (23), se sintetiza en pura anécdota consiguiendo que la duración y la fugacidad se entremezclen de página a página. Vuelve en “el espejo” (27), y en “memorial del humo” (34) alude a Alfred Jarry, el conocido inventor de la Patafísica, una de las más coordinadas burlas de la ciencia y la filosofías clásicas y modernas. Por fin retorna la muerte en la escena de los asesinos, muy a la Ernest Hemingway, muy al modo del Cine Negro, tan bien conseguido en “marsupiales” (66). Allí matar a Rafael es apenas una coda que se insinúa fugazmente al final del texto. La colección, no cabe duda, termina con otra muerte. Cleo Bustos en “el nombre de nadie” (81), es algo así como un Don Guido machadiano.  La vocación de insensibilidad y de infamia de Alberto es incomparable.

Unos comentarios y terminaré

Las narraciones de Alberto transitan por el territorio de la sospecha y la incertidumbre. El sabor  que me dejan los más extensos de ellos, es el de que degusto la irresolución aunque no sé coomo debo catarla. Me asalta la idea de que nada ha pasado realmente. Se trata del planteamiento teórico de que la ausencia de un relato es funcional.  Claro que la organicidad y la estructura, no son una meta del autor y amigo: eso estaría bien para talleres de principiantes. A Alberto parece preocuparle más la inconsecuencia y la anarquía.

La ansiedad por redactar ambas cosas sin lastimar la belleza del caos, se consigue con eficacia en los cuentos “la pelirroja” (48)  y “filipek” (62). Se trata de dos joyas de narración transgresiva. El procedimiento recuerda los Short Cuts de Raymond Carver, lo mismo en su versión escrita que en la cinematográfica. Pero la riqueza de lenguaje es muy superior y me sugiere los giros ebrios de Under the volcano de Malcolm Lowry igualmente en su doble versión literaria y fílmica. Digo que me lo recuerda, no que haya sido su modelo: estoy convencido de que leer también es un acto de la memoria inconsciente. La agresión de la pelirroja, una mordida en el pene de su amante, y el doble engaño del Filipek, solo es una excusa contar cosas sin importancia que, sin embargo, llenan todos los días de los seres humanos.

Por último, “cuadros de costumbre” (69) es un ejercicio isabelino a la manera de Pepe Liboy con quien Alberto siempre ha sentido un estrecho vínculo. En el proceso se elabora una curiosa reflexión sobre la narración que se formula de la manera más simple: “Comenzar. Ese es el dilema”. Claro que detrás del texto también parece que aguarda agazapada una dura ironía contra la sensiblería melosa de cierta cultura pueblerina. Yo he hecho ese ejercicio con mi natal Hormigueros y La Torre Lagares lo ha hecho con su Adjuntas. Pero Alberto se encuentra en otra posición. En su caso se trata de un bayamonés insaculado en provincia. El reconocimiento de que las relaciones entre las personas se cimentan sobre los múltiples modos de la ignorancia mutua justifica el cierre del texto: “por primera vez en mi vida me pobló el desasosiego” (78).

Disfruto estos textos de Alberto Martínez Márquez como lo que temo que son: unas murmuraciones pergeñadas al margen de toda lógica. De otro modo, se me haría imposible su lectura.

Contramundos: Narración y reflexión en un libro


  • Mario R. Cancel
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“Cuando el sujeto y el objeto se encontraron, decidieron cambiar de identidad el uno con el otro. Así fue como salieron a sembrar  la confusión entre nosotros, una vez que cruzaron el umbral de los absolutismos”
“el signo oculto” de  Alberto Martínez Márquez

Uno de los objetivos que me propongo cada vez que Alberto publica un libro, es tratar de determinar como el autor se ha ubicado ante la materia literaria. Supongo que ello me ayudará a gustar mejor una escritura que posee muchas complejidades. El proyecto de comprenderla me ha resultado siempre ilusorio. Comprender implica justificar como naturales los actos del otro, en este caso, actos furtivos de lenguaje. Esa tarea, me parece, no tiene sentido alguno con la obra de este poeta y la de numerosos escritores de su generación.

Además, como conozco la pasión de Alberto por las poéticas y la metaliteratura, tendencia que acredito a su condición de excelente lector y crítico, hallo en su escritura una propuesta sobre la escritura que siempre representa un reto. Con Alberto es difícil hacer crítica formal: su anarquismo es imperioso y apabullante, casi un reto épico.  Cuando he comentado su poesía me he colocado en la posición del lector común. Privilegiado, eso sí, pero siempre lector. He suprimido hace mucho el afán totalitario de ubicarlo en una jerarquía o una tradición, o de clasificar el producto que ha llegado a mis manos.

 

Alberto Martínez Márquez

Historia de una lectura

Cuando abrí Contramundos (2010) me di cuenta de inmediato de una de las claves de su propuesta: la idea que traducimos campechanamente en el principio de que la realidad es cuestionable. El texto “La mujer aquí a mi lado se llama Thérèse”  (15) confirma lo que digo. El breve tbre la selección “Sierpe tomada” que se ubica en el 1990. Apropia la bizarra duplicidad imaginaria de la sensual Thérèse  / Teresa y deja al lector con la duda respecto a quién se llama en realidad de ese modo. La incertidumbre hace su aparición.

Claro que se trata de un planteamiento gnoseológico que se ha hecho común en occidente desde fines del siglo 19. Esa desconfianza con el saber, que es desconfianza respecto a la realidad y su constitución, ha sido la nota dominante de la filosofía, el pensamiento social, la historiografía y la estética occidental de los últimos 130 años. Su longevidad no la ha hecho menos impresionante. Los nudos autoritarios de la Razón y la Ciencia -en la Literatura se trata de la Tradición Moderna– todavía hacen acto de presencia cada vez que se plantea la incertidumbre como una opción para articular una visión de mundo.

Si a ello se añade la emoción con que Alberto enfrenta su propia mirada y lo mirado, se completa el cuadro de una poética compleja. Su ironía imperiosa, desemboca a veces en la sátira pura: el motivo de la revolución gnoseológica el relato aludido, es una lectora de novela rosa. Me da la impresión de que el lema de Raymond Carver (9) es un pretexto útil para comprender la proposición: Alberto mira la materia narrativa que otros ignoran y dejan fuera. En “Después de la lluvia” (2006-2009), el texto “los poetas no escriben buenos cuentos” (59)  marca la irónica venganza del autor contra aquella postura pero también contra sí mismo. Alguna vez Alberto me contó esa anécdota libre de la poeticidad que tiene ahora: entonces tenía la  poeticidad que el vino ofrece a la oralidad. Olvidé el nombre del escritor autoritario. En aquel entonces, como ahora,  ni a Alberto ni a mí,  nos importaba un rábano el poder de la tradición.

Toda la magia de esta colección radica en la forma en que Alberto apropia el problema de la realidad y su frontera con la irrealidad. Contramundos es algo así como una carcajada que intercambia la una por la otra y que ya no ve en el Realismo un opuesto porque lo ha diluido en el Irrealismo.

Como se escribe un libro de este tipo

Imagino a Alberto, aureolado, brillante, levitando ante el panel del mundo, de la realidad. Bueno, esa es una exageración, pero el efecto es el mismo: desde su elevación  lo domina todo como un dios pecaminoso e intransigente. Entonces mira la realidad, eso que está en el canvas de la Naturaleza en donde se juegan  la existencia los Seres organizados en Sociedad. Se trata de un caos impresionante. El rostro de satisfacción de Alberto con lo que ve, me parece otra clave.

Contramundos (Isla Negra, 2010)

Un escritor racional adoptaría la actitud kantiana ante el Caos: se reconocería como Sujeto Cognoscente y entraría en relación con todo aquello, confiado en que se trata de un Objeto Cognoscible. Inmanuel Kant decía que el Sujeto Cognoscente no puede conocer la cosa en sí o en su esencialidad. El conocimiento nunca dejaba de ser una percepción de las cosas en su fluencia, un pretexto o un borrador. Por eso hablaba de que todo conocimiento era para sí o relativo al Sujeto Cognoscente,  con lo que a la vez que abría paso al Relativismo Gnoseológico. Como David Hume, reconocía que Saber no podía confundirse con la apropiación de algo que está allí esperando ser descubierto. El Saber no es más que una construcción de la mente. La fina ironía detrás de ese relato es que una vez se ordena el Caos y se le da Estructura con el fin de hacerlo Comprensible, a ese acto se denomina Ciencia o Filosofía. Al arribar a ese nivel, se concluye por creer que el Orden atribuido es la realidad.

Alberto llega a un lugar diferente. No ve en la Naturaleza y la Sociedad un Objeto Cognoscible. Eso sería simplificarlo. Acepta el Caos y se fija en una serie de locaciones que nadie, sino él, miraría pero no las Ordena ni las Estructura, las deja tal cual y se acomoda ante su canvas para mirar, cito a Carver, “las cosas que dejamos fuera” de la narración y que son “sustrato de todas las cosas” ya sea una pelirroja que muerde (48) o un argentino jaiba (62). La causalidad y el determinismo quedan exiliados del juego: la muerte del poeta de “poética” (23) es una casualidad genial, una ironía grácil de la inestable Fortuna.

Por último, y como para culminar su juego, Alberto comete un acto subversivo. Él mismo lo acredita en la cita apócrifa de Schumann a un texto de Kant (40). El “objeto” (Cognoscible) tiene en este libro la palabra. Su discapacidad para mirar y su condena a ser mirado ha sido quebrada. El Caos tiene la palabra. Creo que el objetivo que me propuse al comenzar esta reflexión está cumplido. Ahora puedo leer Contramundos con calma.

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