Narradores 2010: Simone de Eduardo Lalo, escritor, escritura y ciudad


  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de historia y escritor

 

Simone también puede leerse como una narración que llama la atención sobre el sentimiento trágico de la escritura. Posee un aliento y un tono que recuerda la novela fenomenológica existencialista que dominaba en la era de las grandes guerras en Europa, o el tono despiadado del lenguaje de la “generación perdida” en Estados Unidos.  La escritura es la “vida” para el escritor pero, por lo regular, esa condición se percibe como una carga o una condena: “¿Me queda otra opción…?”, reflexiona en medio de una “ciudad opaca”. Escribir es un acto apremiante porque le permite “aguantar sin derrumbarme” (20).

SimoneLa “ciudad opaca” que le sirve de escenario o scriptorium se constituye sobre la base de fragmentos de una precisión cinematográfica, detalles inconexos poseedores de una total anarquía siempre centrados en sí mismos. El “poder de lo fragmentario” (49) no es solo un rasgo distintivo de la ciudad que habita y lo habita, sino del Caribe como un todo. Ese es el único atisbo de una identidad caribeña que encuentro en esta novela. “Escribir fragmentos” se convierte en el borrador de un escritura legítima (58). Cuando escribe de ese modo, no sabe o no se da cuenta de que miente, no lo dice todo, siempre se sorprende y nunca termina.

En ese sentido la tragedia de la escritura supone la miseria de la identidad: la identidad es un enjambre de textos inconexos. Por eso la opacidad de la ciudad presupone la de su país: “Puerto Rico (…) estas palabras apenas son leídas o escritas fuera de aquí” (26-27). Mientras observa la ciudad, la incertidumbre lo invade y ello es así porque existir es posible si se es “narrado”. Por ello el escritor se cuestiona si “¿Alguien nos cuenta, existimos para alguien los que vivimos en esta isla…?” (30). El lugar de esta ficción de identidad, es un limbo, ese espacio sagrado que alguna teología reserva a aquellos que deben aguardar por su salvación en el borde mismo de los infiernos.

El escritor no está del todo solo y encuentra un contertulio en Máximo Noreña. Para este, en “las calles de la ciudad…nunca pasaba nada” (34). La conexión del escritor con Noreña se ofrece por medio de la lectura. En realidad no lo conoce personalmente porque “nunca hemos sido presentados” (69). La trama de la novela transformará lo que nace de una lectura en una relación cercana a la “amistad” cuando Noreña le sirva de eslabón para encontrar a Li Chao en el abandonado cine “Paradise” (133 ss) y, más tarde, para ingresar a la fiesta privada de la caricaturesca profesora Carmen Lindo (176 ss). La “amistad” entre estos dos seres se abonará con el desencanto con el que ambos interpretan la relación del escritor con la ciudad (el orbe, el mundo), y por la natural capacidad conspirativa que los dos manifiestan.

Ese “nunca pasa nada” que postula Noreña, es la fuente de los microcosmos que registra el escritor en la primera parte de la quebrada narración. La frontera es bien precisa. “Pasa algo” cuando  aparecen los mensajes criptográficos de Simone. El acontecer se radicaliza cuando esta se quita la primera máscara para dejar ver la otra y se transforma en Li Chao, mesera china y estudiante de literatura comparada. Todo adquiere un orden a la luz del misterio. Uno supone que la novela al cabo de 202 páginas continuará y que, cuando la china desaparece, en el mundo de Carmen Lindo, el escritor volverá a registrar esa “nada”  hasta que aparezca otro “algo”.

Para Noreña el país es una pretensión, ni siquiera una promesa o un “puede ser”. Pero incluso muchos de los que suponen la existencia real del país, entiéndase los intelectuales y que lo imaginan, “actuaban como si sólo fuéramos una parada de autobuses en la ruta de un imperio” (34). La crítica a aquel segmento que se imagina viviendo en una metrópolis letrada es patente y directa. Lo que me parece que se encuentra detrás de este argumento es que la novela se plantea el trabajo intelectual, la escritura, como la confirmación de la más desolada soledad. El escritor insiste a lo largo de las reflexiones que se introducen en la narración en que no tiene interlocutores: “…me había resignado a escribir para nadie o más bien para mi mano” (43).

En ese contexto resulta comprensible que la aparición de los mensajes, las chispas del choque de dos metales, atraigan poderosamente su atención de inmediato: son un apagado signo de vitalidad que no se puede dejar escapar. Después de ese acto portentoso, la escritura se manifestará en el misterio de los mensajes de Li Chao.Lalo aprovecha su novela para llamar la atención sobre la crisis de la intelectualidad en la era neoliberal siempre mirando el problema desde muy adentro de su país. La nación de los escritores, me parece, es la escritura. Pero cuando la misma se ejercita en una vieja colonia caribeña, la situación manifiesta ciertas particularidades. Una propuesta del autor tiene que ver con la relación insustancial entre la estética y el mercado. En el mundo del hiperconsumo la condición intelectual no tiene posibilidades de reinventarse. El postcapitalismo cultural simplemente la demuele y aspira convertir a cada intelectual que aspire a la reflexión  en un espécimen mercadeable de Paolo Coelho. La otra es parte de la escena en la cual el escritor comenta las incidencias del congreso “El derecho al pataleo”  por medio de un fino ejercicio de ironía  que raya en el cinismo de un Luciano (54-56). El mensaje que encuentro es las academias y los intelectuales universitarios no son parte de la solución sino del problema.

En la arquitectura de la narración, la escena le permite introducir a la caricaturesca Carmen Lindo, pero el episodio va mucho más allá de ello. La intelectualidad universitaria y la academia, consciente de que “para la inmensa mayoría este tipo de labor resulte innecesaria e irrelevante”, elabora un “simulado populismo”, a pesar de que sabe que se sabe distante de la gente común y corriente. Detrás de ello se manifiesta una crítica a la tradición de la escritura de 1960 y el 1970, en un lenguaje que es común a los escritores del 1990 a esta parte en Puerto Rico. Aquellas promociones han terminado reducidas al mero simulacro neopopulista. La incomunicación entre el escritor y aquella discursividad, llama la atención sobre la situación de la intelectualidad del presente ante una tradición con la cual no se puede vincular.

El panorama de ese mundo intelectual es devastador: fingidas necrofilias patéticas que se imponen cada vez que fallece una luminaria internacional o colonial, el ritual de las citas intelectuales que se procuran en las ponencias ocasionalmente desconectadas de todo contexto comprensible, hecho que revela un culto a la autoridad tan poderoso como el de la latinidad de la crisis o el de cierta escolástica medieval decadente, la falta de autenticidad de los intelectuales, la gestualidad que llega al extremo del ridículo. El pensamiento, así congelado y ritualizado, ha perdido toda vitalidad y no es más que un enorme cadáver construido con los restos de numerosas palabras. El retrato de la artificialidad del mundo intelectual, académico, universitario llama la atención sobre la distancia que el autor reconoce se ha establecido entre ser escritor y ser académico, uno de los tópicos  más interesantes propuestos en la narrativa de Lalo a lo largo de los años.

Extraña que el escritor no se fije en los otros paraísos artificiales que pueblan la ciudad hoy: performances, tertulias, lecturas, happenings, lanzamientos de libros, micrófonos abiertos, plazas culturales, es decir, todo el mundillo de libros y literatura que crece como un hongo en una ciudad-país que no los ve porque no le reconoce importancia. Las noches de libros y cine, “La Tertulia”, la Avenida Universidad, entre otros espacios, son tolerados por el escritor-personaje, a pesar de los elementos de superficialidad que también pueblan esos espacios frecuentados por todos los aspirantes a luminaria literaria.

Las reflexiones llenas de riqueza de esta novela plagada de propuestas pesimistas, representan un valor adicional al de la narración de la historia de amor entre el escritor y Li Chao. No sólo eso. Simone reta la estructura de la novela moderna: los cabos sueltos están por todas partes siendo la historia de Julia y su niño el más notable. Las observaciones sobre el microcosmos urbano desaparecen tras la inserción de los  mensajes anónimos. La misma novela “termina” en medio de todo. Todo eso me parece excelente y anticanónico. La pregunta es ¿Estoy ante una novela anómala o una verdadera antinovela?  No podría afirmar ni una  cosa ni la otra. Pero la belleza de esa anarquía no tiene precio.

Narradores 2010: Simone de Eduardo Lalo, apuntes para una lectura


Eduardo Lalo. Simone (2013). Buenos  Aires: Corregidor. Colección Archipiélago Caribe. 202 págs.

 

La historia

Una primera lectura de Simone de Eduardo Lalo, novela reconocida con el Premio Rómulo Gallegos recientemente, deja al lector con una poco común y elusiva historia de amor. Un escritor puertorriqueño, habitante anónimo de una ciudad desparramada que no lo ve, comienza a recibir mensajes anónimos sugerentes. El autor(a) de los recados es toda una incógnita: el escritor no está seguro de que se trate de un hombre o una mujer pero la escritura por sí sola conduce a quien se enfrenta a la narración, a aceptar que el escritor se está “enamorando” de esa palabra/voz asexuada.

Cuando la cuestión del género se aclara, la palabra/voz se identifica primero con la pensadora francesa Simone Weil (1909-1943). Esto no es más que un preámbulo para que, al cabo, la palabra/voz sufra otra metamorfosis y se materialice en la figura de Li Chao. El proceso de aclaración del misterio representa una curiosa manifestación de lo que veo como un acto de licantropía postmoderna. Li Chao no es sino una ignorada dependienta de otro de los numerosos restaurantes chinos de comida rápida comunes en la zona metropolitana y en el resto del país.

Eduardo Lalo

Eduardo Lalo

La imagen de Weil, la histórica y trágica intelectual, traduce una serie de valores colapsados desde hace tiempo. La época del Imperialismo Europeo y su secuela más significativa, la Gran Guerra, estimularon un sueño de la redención histórico-social a principios del siglo 20 de la mano del socialismo. Sin embargo la conflictividad que produjo la Revolución Bolchevique de 1917 entre los socialistas de todo el mundo, el subsecuente deslinde de campos entre socialistas y comunistas, que era casi como decir entre europeos y eslavos,  y sobre todo las luchas de fidelidades que promovió el reclamo de fidelidad al sovietismo que trataba de imponerse a los ideólogos comprometidos de todo el mundo, fueron la marca distintiva del periodo entre guerras.

La conexión china de Weil, un tema que me parece crucial para esta novela, se remonta a un comentario de Simone de Beauvoir sobre la pensadora franco judía y la sorpresa que le produjo un acto de solidaridad emocional de Weil ante la noticia de los estragos de una hambruna en China. Al cabo de su vida, Weil se ocupaba más de los problemas filosóficos que derivaban de la diferencia entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, de la relación entre religión y socialismo que de otros asuntos políticos que podrían parecer más de acuerdo con la lucha de clases. Weil había sido contertulia de Lev Trotsky, uno de los primeros críticos serios del  marxismo leninismo desde el interior de la teoría marxista leninista.  Es curioso que eso mismos temas habían llamado la atención de los teóricos rusos de Revolución de 1917, en especial Anatoly Lunacharsky, sin que pudiese encontrar una solución plausible para los mismos. La relaciones entre la estética y el comunismo fueron tan agrias como las de la estética y el capital que la novela delata con tanta precisión.

La selección de pretextos de Lalo representa un reto de lectura por el hecho de que se apoya y toma posesión de una serie de debates olvidados y que hoy se imaginan ubicados en unos márgenes inaprensibles.  En Li Chao se concreta la contradicción entre trabajo intelectual y trabajo manual con diafanidad. El segundo, el que deriva de la transformación de Weil en una mística más cercana al anarquismo cristiano o al gnosticismo que al comunismo, se suprimen del todo.

La narración de Lalo ocurre en un escenario lleno de incertidumbres y paradojas: nada de lo que el escritor personaje asume es seguro. Pero en esa incertidumbre o fluidez de lo que se presume real  radica la riqueza de la existencia. La fluidez es el entramado que convierte al escritor en un ser invisible. El país que el escritor describe, el Puerto Rico metropolitano, en uno que no ve a su escritores a pesar de que estos son probablemente quienes mejor lo apropian desde su marginalidad. Esa, me parece es, la tesis central de esta narración.

 

El sabor de una historia de amor

Lo original de esta historia de amor es que Li Chao, apasionada de la literatura y del arte como el autor, es lesbiana. Ama al escritor y desea hacer el amor con él pero sin ser penetrada. Li Chao se niega a la posesión que implica la penetración porque fue víctima de la violación consistente, una violación que ya constituía un uso sexual o un acto de costumbre. El agresor había sido un pariente, Bai Bo, en una sociedad que favorece convertir a la víctima en victimario con suma facilidad. Ese señalamiento es válido, lo mismo para la sociedad tradicional china que para la puertorriqueña, pero en este caso se refiere con exclusividad a la primera.

SimoneLa situación tiene un potencial extraordinario. Es como si  Li Chao quisiera hacerse amar por el escritor como si este fuera otra mujer y este aceptara el papel a pesar de la ansiedad que le corroe por penetrar a la amante china. La relación que sobre ello se levanta no es anómala sino un ínterin. En algún momento ese acto se convertirá en la frontera de la relación: Li Chao hará su mayor sacrificio y se dejará “poseer” de la forma en que el escritor desea hacerlo, pero la situación desembocará en una sensación de “invasión” y estupro insostenible. La incertidumbre que colma el largo episodio de los mensajes se reproduce en otro nivel en la bien urdida relación entre estos amantes extraños.

El otro elemento que quiebra la estabilidad de la relación es el regreso de Carmen Lindo, antigua amante de Li Chao la cual representa valores por completo contrarios a los del escritor. Carmen es una intelectual trepadora, rayana en la torpeza, que se dibuja en este texto como una diletante.  Su vacuidad, en lugar de invisibilizar su imagen, la hace más visible. Su relación con  Li Chao es la de una dominatrix que va más allá de lo esperado y quien ve en la chica una posesión o un trofeo. Por eso quiere llevarla consigo cuando consigue un trabajo en una universidad extranjera, como si se tratase de una coolie o una esclava laboral más. El escritor es un intelectual reflexivo que apropia a Li Chao como un igual, como un otro que se acomoda a sus apetitos y lo completa salvo cuando se trata de la frontera de la penetración. Después de ese linde ya no quedará nada por hacer.

Esta es una historia de amor llena de imposibilidades en la cual la sexualidad se expresará dentro del marco de unas “limitaciones” que, en lugar de emascular al escritor, lo enriquecerán. Ambos podrán salir de la cama para pintar la ciudad con dibujos sugerentes que sugerirán una poética revolucionaria. Dos artistas clandestinos, como tantos otros que medran en nuestro mundo a la espera de una entrevista del periódico de más circulación del país.

La historia de amor sintetiza una condición que desborda el texto. La relación de Li Chao con el escritor simboliza la condición de la escritura literaria, el arte o la estética hoy. Un escritor invisible haya una plenitud sexual que nunca lo es (lo que algunos denominarían con algún cinismo el “amor”) en un ser socialmente invisible de origen chino que vive y se balancea en una  cuerda floja sobre la cual el escritor no tiene control. Se trata de una metáfora de la marginalidad que agobia a la escritura y que crece geométricamente. El único apoyo solidario que haya el escritor es el otro escritor marginado Máximo Noreña, el dulcemente amargo literato que rabia desde su propia invisibilidad.

Narradores 2000: Eduardo Lalo, La inutilidad


  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

Eduardo Lalo, La inutilidad. San Juan: Callejón, 2004. 182 pp.

El ambiente París-San Juan visto desde la intimidad y con un fuerte pesimismo existencial vuelve a manifestarse en su trabajo más reciente La inutilidad. En su primera novela Lalo expresa la sensación del regreso a casa después de una crisis personal en la capital cultural del mundo, París. San Juan no es la ciudad soñada ni la perla mitológica de los turistas. Por el contrario, se dibuja como un espacio que desilusiona por su falsa opulencia y su orgullo vacío. La reflexión discurre hasta la que se establece una relación estable con el espacio urbano contra el cual se combate.

Eduardo Lalo

Eduardo Lalo

Se trata de una novela con elementos autobiográficos que puede leerse como un comentario sobre la situación de los jóvenes que emigraron a Europa cargados de esperanzas y quienes, al retornar al país natal, descubrieron la vacuidad del proyecto. El hallazgo los ubica en posición de apropiar el país de manera renovada.

En La inutilidad Lalo articula un juicio radical sobre la relación del escritor y la escritura. La memoria de París se elabora recordada, como en el caso de la infancia de en “por el camino de Swan” de Marcel Proust, por medio de una serie de asociaciones emotivas que se expresan por medio del artefacto de la reminiscencia y a la impresión. Se trata de asociaciones libres que se suceden al margen de la racionalidad. La ciudad se configura acorde con la situación del vidente y sus estados de ánimo.

La tensión con el mundo se alivia a través de la lectura, medio que organiza un cosmos alterno ante una realidad caótica. Por ejemplo, la soledad tras la primera ruptura con la amante maniaco-depresiva Marie, es superada mediante la lectura de las obras de Paul Neptune y del antropólogo Pierre Plon. La lectura y en un acto de puro azar, el narrador conoce a un colaborador de Plon: Didier Pétrement. La tesis central es “que leer y escribir era inútil pero ineludible, que era lo mismo en París que en San Juan: la forma de vivir mi tiempo y mi lugar.”  La fragilidad de la tabla de salvación que ofrece la escritura es notable.

En La inutilidad de Lalo la apostilla social es corrosiva y pesimista. Ello es así por el hecho de que el discurso se dirige hacia espacios inciertos. El señalamiento en cuanto a cómo la aristocracia cultural puertorriqueña se representa a sí misma y se imagina el mundo es crucial. “En mi mundo –dice el personaje- el espacio cultural era demasiado pequeño y frágil.”

Lalo_La_inutilidadEl cuadro sobre el regreso es devastador. Se siente extranjero, el país es asfixiante, vacío de contenido para el resto del mundo, un desierto cultural caracterizado por el provincianismo y con una percepción de sí mismo que ocultaba la miseria detrás de la preconcepción de que la misma había sido eliminada “en un par de décadas por la apertura del país a las transnacionales y a una orgía de cemento.” Por eso es capaz de borrar el pasado: la vida en París mediada por la cultura había sido igual de desgraciada.

La cuestión de la identidad es parodiada en el comentario sobre la comunidad francesa de San Juan que comentaba la pequeñez de lo puertorriqueño y en la tolerancia de los locales al insulto. Aquella puertorriqueñidad consistía en “creer que es culturalmente glamoroso el fantasear con que no se es puertorriqueño.”

El retrato de los amargos años del 1980 es muy sugerente. El lenguaje escabroso del gobernador Carlos Romero Barceló es un emblema. Las lecturas típicas de los jóvenes universitarios, José Luis González, Manuel Ramos Otero, Emilio Díaz Valcárcel; la idea de que “todavía el mundo podía cambiarse con una botella de ron y ciertas canciones” y la percepción de que un largo periodo de historia había acabado, son patentes en esta escritura.

La inutilidad es una gran novela que merece una lectura cuidadosa no solo desde la literatura sino desde el núcleo mismo de la historiografía cultural.

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