Eugenio María de Hostos literato: el cuento


  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

 

Hostos Bonilla abandona el género de la novela, pero no así la narrativa creativa corta. Los apremios del activismo y su vuelco total hacia la educación como mecanismo de refundación humana, unidas con el olvido de su ansiedad juvenil de proyectarse como un gran autor literario, son una explicación plausible para esa decisión.  Inda, Libro de mis hijos y Cuentos a mi hijo, escritos firmados en 1878 cuando ya tenía 39 años, son la muestra más acabada de aquel esfuerzo. Se trata de una obra de madurez en el más amplio sentido de la palabra: el joven estudiante se ha convertido en esposo y padre. Su relación con el mundo cambia de un modo significativo pero el intelectual comprometido sigue allí.

 

Los géneros breves y, otra vez, la familia

Los textos aludidos constituyen un muestrario excepcional de narrativa pedagógica de temática infantil o familiar redactados como un ejercicio de auto-reflexión ante el nacimiento de su primogénito, Eugenio Carlos, en Santo Domingo. El tema de la unidad familiar común a sus dos novelas conocidas continúa allí pero de un modo innovador. El lugar desde el cual evalúa el problema la voz narrativa es otro. No se trata solo del lugar sino de la dirección hacia donde se mira. En lugar de echar un vistazo al pasado (el tema de la madre), o hacia el presente (el matrimonio y las amenazas de la sociedad a esa institución), sin desprenderse del todo de aquellos pretextos Hostos Bonilla comienza a mirar hacia el futuro en la imagen de los hijos. Lo “político” en estas piezas literarias posee un cariz único en el marco de la paternidad.

La textualidad transita alrededor de un asunto que ya había tratado en La tela de araña: la capacidad de la educación para cambiarlo todo y la necesidad de la disciplina y la supervisión para garantizar el logro de esa meta.  El autor articula un interesante catecismo de conducta familiar apoyado en una concepción binaria simple. Su fundamento es que la crianza de los hijos es un acto de plasmación o invención, de cultura o cultivo del vástago. En ese proceso el padre, un signo de carácter, ponderación y racionalidad, cumplirá una función central a lado de la siempre adventicia figura materna signo de la fragilidad, el instinto y la irracionalidad. La concepción dualista maniquea del opuesto masculino/femenino, no excluía la condición del padre amoroso como una realidad palpable. En cierto modo, a lo que aspiraba Hostos Bonilla era a llamar la atención en torno al hecho de que el amor paterno y el materno se expresaban por medios diferentes.

El diseño de las narrativas y de los personajes es inescapablemente autobiográfico, según se insiste en las ficciones hostosianas: Eugenio María y Belinda alias Inda están allí. El patriarcalismo de esa concepción es obvio pero, desde mi punto de vista, se trata de una condición insuperable dado el contenido judío-cristiano de la cultura occidental en la cual se había formado este intelectual, por otro lado, secular y crítico. No se trata sólo de eso. La concepción de la sociedad como una “tela de araña” y del hogar como un “refugio” ante un exterior amenazante se reitera de manera coherente en los relatos. Hostos Bonilla, como Kant, debió ser una persona muy celosa de su privacidad y de las cadencias que le imponía a ese aspecto poco conocido de su biografía. Más allá de la “vida pública”, siempre fértil a la fantasía de la cual se alimenta la imagen de la vida de los héroes civiles, es poco lo que se puede deducir de los ritmos de su “vida privada” aparte de lo que se filtra de su diario o de estas crónicas de la domesticidad.  Estas narraciones, en algunos casos, parecen ser un retrato de la intimidad del sociólogo, de su carácter taciturno y, en ocasiones, irascible. Lo cierto es que el “hombre público” siempre se mueve entre la ficción y la realidad. La situación es la misma que confronto como investigador cuando trato de llenar de vida al Betances Alacán que tenía un perro faldero por mascota, que discutía con Simplicia por alguna nimiedad hogareña o que diagnosticaba y recetaba al mismo Hostos Bonilla por correspondencia.

Eugenio María, el personaje de estos relatos, representa al padre estricto y disciplinar que posee los valores materiales propios de la masculinidad y una “vida pública”. Belinda o Inda personifica a la madre consentidora que encarna los valores inmateriales o espirituales y que está restringida por su feminidad, a languidecer en “vida privada”. Ambos polos son capaces de la racionalidad pero, para uno y para otro, las funciones que cumple la misma son distintos. Es como si Hostos Bonilla estuviese interpretando el libreto de su novela juvenil en el hogar que construye con su mujer. Los cuidados de Eugenio María con Belinda o Inda, guardan una estrecha relación con los que Palma dispensa a Consuelo y, de igual modo, la figura de esposo y la del padre de su mujer vuelven a imbricarse.

El esposo, como el padre, es un tutor porque la mujer sin tutelaje se pierde. Claro que esa presunción justifica la infantilización de la figura femenina y su concepción como recipiente. El resultado extremo de ello para la mujer era que se mutilaba su individualidad a la vez que se le presentaba como una responsabilidad de la figura masculina tanto como lo podía ser el hijo.  Esa actitud traducía con diafanidad el peso ideológico de la tradición patriarcal judío-cristiana en los esquemas de un pensador afirmativamente secular y anticlerical crítico.

 

Un narrador moderno ¿qué más?

Si sigo las observaciones de la estudiosa de lo femenino Colette Rabaté, Hostos Bonilla es un hijo de su tiempo y sus observaciones reproducen la idea de la mujer en la Era Isabelina pero desde una perspectiva no católica y racionalista.  La necesidad de la educación balanceada del hijo y la concepción de la madre como condiscípula de aquel ante el padre es indiscutible. La madre posee la curiosa dualidad de que, siendo discípula del esposo, también debe ser maestra del hijo. El sentir de aquella época era que la familia era un proceso educativo y el hogar una escuela o aula que debía preparar a los dos educandos -la madre y el hijo- para enfrentar la sociedad amenazante o la “tela de araña”. La estructura dialogal de estos textos sugiere la confianza de Hostos Bonilla en la mayéutica socrática y la seguridad de que el pupilo y la pupila poseen en su interior un acervo y la capacidad natural de aprender. Hostos Bonilla cumple con el rasgo distintivo que Phillipe Bénètton atribuye a la noción “cultura” en los inicios de la modernidad:  el optimismo y la confianza en que el potencial de desarrollo de la naturaleza humana es ilimitado. La “verdad” o el “bien” tienen un carácter teleológico: se imaginan como algo que está allí esperando ser descubierto y potenciado.

En la construcción de los parlamentos, el autor introducía valores anticlericales agresivos que podían resultar amenazantes para un lector tradicional acostumbrado al respeto reverente que el teísmo judío-cristiano imponía. Un ejemplo de ello es el detalle de que la primera oración que el niño debe aprender no tiene porque estar dirigida a Dios sino a su madre.  La moral del infante, lejos de apoyarse en el respeto fronterizo o en el miedo a un dios mítico, debía emanar de la razón y la naturaleza, dos signos de la cultura que el autor respetaba y que se habían convertido en las zapatas de la cultura secular moderna llegando a adquirir la categoría de dioses de la modernidad. Todo ello, junto a la idea de que la estructura de la familia debía conducir a un estado de armonía, eran principios que confluían con el Positivismo, el Krausismo y el Krausopositivismo que animaba al escritor puertorriqueño. Hostos Bonilla vivía sus ideas, las llevaba a la praxis, las incrustaba en la vida diaria con una pasión y una confianza insólitas. Después de todo, la familia era imaginada un microcosmos o fractal de la sociedad y, si la familia fallaba la sociedad también fallaría.

 

Una narrativa política

“En barco de papel” (1897) y “De cómo volvieron los haitianos” (1901) son, desde mi punto de vista, los ejercicios más significativos.  La fecha de redacción de ambas narraciones es significativa: una oferta de autonomía socavaba el separatismo independentista cubano en 1897 y un regreso a una República Dominicana en crisis domina el 1901. En general se trata de dos relatos pesimistas y amargos.

“En barco de papel” se escribe en un momento en que el sueño de un futuro común para Puerto Rico y Cuba en el seno de los ideólogos del Partido Revolucionario Cubano tendía al naufragio y posee el tono de la narrativa política pura enmarcada en el lenguaje de la retórica de la literatura infantil. El sugerente texto discute el desprecio que los sectores de opinión y de poder en el Cono Sur manifiestan respecto a la lucha por la separación de Cuba de España durante la guerra de 1895 a 1898.  El personaje central es Luisa Amelia, su hija. En cierto modo, la quimera de la Confederación de las Antillas había ido perdiendo consistencia en medio de los conflictos entre los sectores autonomistas, anexionistas e independentistas vinculados a la causa cubana y puertorriqueña. Los investigadores que han tratado este asunto con calma coinciden en que al menos entre 1893 y 1895 la consigna de que ambas causas debían vincularse en la praxis se cumplió, pero entre 1895 y 1898 se abandonó la misma.

El problema del abandono de los cubanos al compromiso con Puerto Rico no puede reducirse a la seducción anexionista ni a la muerte trágica de José Martí Pérez. El hecho de que en Puerto Rico no hubiese un levantamiento exitoso en favor de la separación, fuese con un objetivo anexionista o independentista, pesó mucho en aquella actitud.  En 1897, cuando Hostos Bonilla redactó su texto, otra seducción se hacía presente: la de la autonomía moderada como recurso para frenar el avance del separatismo de todo tipo y de ese modo garantizar la estabilidad del mercado que era la preocupación principal para los grandes intereses cubanos y españoles en medio de la guerra. Los sectores moderados y negociadores del Partido Liberal Autonomista de Cuba y el Partido Autonomista Puertorriqueño, se fueron convirtiendo en aliados potenciales del Reino de España en medio de la crisis colonial que, de hecho, y debido al interés de estados Unidos en el asunto, amenazaba con convertirse en una crisis internacional. La posibilidad del colapso de la causa cubana traduce la fragilidad que Hostos Bonilla diagnostica a un proyecto que no podía considerar sino como justo.

“De cómo volvieron los haitianos” fue redactado al momento de su regreso a Santo Domingo desde Puerto Rico una vez tomó conciencia de la inutilidad de su proyecto educativo descolonizador centrado en la “Liga de los Patriotas”. Es una fábula maravillosa redactada con la retórica de la literatura para adultos con un incisivo tono anticlerical, agresivo e irónico rayano en el cinismo. El empantanamiento de las luchas políticas de liberación en medio de la euforia estadoísta de los primeros días pos-invasión, asunto que ya he discutido en otras columnas publicadas en este foro, justificaron el alejamiento de Hostos Bonilla de Puerto Rico. Igual que en el caso de Betances Alacán, República Dominicana era una patria alternativa para el sociólogo. En Santo Domingo fundó una escuela para maestros y otra de agricultura en La Vega en el 1900 y, estando en aquel país, realizó una visita a otra de las grandes figuras del confederacionismo antillano, el General Máximo Gómez, en Montecristi en 1901.

Hostos Bonilla es un literato que posee una peculiar complejidad que, por lo regular, la crítica ha pasado por alto. La interpretación congelada de la literatura puertorriqueña decimonónica ha sido el freno más eficaz para su comprensión. La historiografía literaria que mira ese siglo no ve en la narrativa reflexiva un ejercicio literario legítimo por lo que resulta fácil pasar por alto su producción. Al enfrentarla el lector se encuentra con una escritura profunda, comprometida literariamente cuidada en donde lo didáctico y lo estético conviven. Resulta claro que el “arte por el arte” no hacía sentido para el Hostos Bonilla krausopositivista como tampoco lo hacía para el Tapia y Rivera hegeliano desde otro extremo filosófico propio de aquel momento.  En el territorio de la narrativa creativa, fuese en el campo de la novela o el cuento, la presencia del componente autobiográfico es ineludible. Me parece que esto tiene que ver con el reconocimiento pleno de la condición del autor y del artista en el pensador social y sociólogo mayagüezano. A pesar de todo, Hostos Bonilla encontraba en el individuo el átomo o unidad primera de la sociedad.  Como escritor acepta que el “yo” era, en última instancia, el filtro del mundo.

Publicada originalmente en 80 Grados-Historia el 8 de diciembre de 2017.

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