- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Catedrático de Historia y escritor
Font Acevedo, Francisco. La belleza bruta. San Juan: Tal Cual, 2008. 317 págs.
La belleza bruta: Una estética de la violencia. Comentario II
Un lema de Clarice Lispector y otro de Manuel Ramos Otero ofrecen pistas precisas para le lectura de La belleza bruta. En el caso de la primera cita, el lector podría deducir la idea típica de toda vanguardia que afirma de la salvación por la estética: “escribo por mi desesperación”. A fines del siglo 19 y principios del 20 esa propuesta significó la apuesta por las vías de la irracionalidad y lo dionisiaco en el sentido nietzscheano de aquel concepto. En Font Acevedo, sin embargo, la narrativa es pensada, y la obra literaria desemboca en una estética alterna que linda con una (anti)estética que no propende al feísmo de los naturalistas o al tremendismo propio de las dos posguerras.
Ramos Otero, en su fragmento de la muerte, alude a la idea del viaje, uno de los mitos más influyentes en la literatura desde Homero hasta Kafka. Lo que se establece en los versos de ese poeta exiliado es la idea de la desorientación que se siente al enfrentar un límite desconocido pero cargado de nostalgia: “la brújula no encuentra sus zaguanes.” Lo interesante es que la narrativa de Font Acevedo no está caracterizada por la desorientación ni por la añoranza. La brújula está en su sitio y el autor sabe lo que pretende.
Lo que llamé alguna vez estética de la violencia tiene poco que ver con la anarquía de la sangre desparramada. Lo que sugiere el concepto es otra cosa. En algunos autores hay algo de goce morboso, tan palpable como la alegría que producía la trasgresión manifiesta por la estética de lo soez de algunos escritores del 1970. Pero está claro que, en ambos casos, el texto puede convertirse en una caricatura en que lo violento o lo soez pierdan el poder de escandalizar.
El regodeo con la violencia también juega un papel ideológico esencial. Puede servir de medio para afirmar la naturaleza instintiva de una humanidad orgullosa de sus valores culturales o su racionalidad. El texto se constituye en una parodia del humanismo. Una vez reconocida, la muerte del humanismo abre paso a lo inhumano, pero no poda la posibilidad del ser social. El caos puede vivir dentro del cosmos, y viceversa. Del mismo modo, se puede celebrar o enfrentar el inhumanismo pero esas no son las únicas posibilidades. También se puede escribir sobre el fenómeno.
Eso es lo que hace Francisco Font Acevedo en “a.C y d.C” (85-129), el relato único de “El nido de amor.” Y lo hace con una radical voluntad de juego. Ejemplo de ello es la parodia de de la convención cristiana-ilustrada del amojonamiento del tiempo sobre la figura de “C”. Cisco, el cruel pandillero, representa el punto de encuentro del antes y el después. En este relato los pandilleros y las prostitutas adoptan las actitudes malévolas de un personaje cinematográfico plenamente concientes de ello. El “guille de Al Pacino” o la “mueca sacada de una película de acción” (89), expresan la voluntad lúdica de Font Acevedo en dos direcciones. Se trata de la parodia de la parodia. Incluso el rosado paraíso amatorio que sueña Sharo, está modelado en la mitología del culebrón. (126)
El camino al heroísmo de Cisco está garantizado por su visibilidad en los medios de comunicación quienes lo inventan con su peculiar y artificioso lenguaje (94). El inhumanismo de Cisco no es nada detestable, de hecho, el personaje teme humanizarse porque haciéndolo sería incapaz de perdurar en un mundo centrado en la supervivencia del más agresivo y el menos humano. El espectáculo que montan las autoridades ante la temida anarquía (124), un procedimiento común en el Puerto Rico del rosellato, afirma la incapacidad del estado para frenar “el río de sangre tierna debajo de la ciudad” (85). Nada más trágico ni más obvio. Cisco morirá después del fin del cuento y au sangre alimentará el río aludido. Font Acevedo ni celebra ni enfrenta: solo escribe.
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