- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Catedrático de Historia y escritor
José Muratti. La víbora del desierto de Kavir y otros cuentos. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra, 2012. 92 págs. Premio del Instituto de Literatura.
La víbora del desierto de Kavir y otros cuentos es el primer libro de narrativa de José Muratti. No lo parece. A pesar de su condición de primerizo, el lector se encuentra ante un escritor maduro que carga mucha vida a cuestas y se expresa con una calma y una seguridad que sorprende. Me parece que su amplia formación intelectual tiene que ver con ello. Los estudios en educación, sociología e historia, suelen moldear la mirada del narrador en una diversidad de direcciones enigmáticas.
El título llama la atención sobre uno de los relatos que incluye el volumen: aquel que recibió un premio en el certamen de un periódico de circulación general en 2012. El conjunto bien podría haberse llamado, en un falso plagio a un distinguido narrador de la vieja escuela realista, Novísimos cuentos de amor, de locura y de muerte. “La víbora…” hubiese venido a culminar esa cuidadosa tendencia al morbo que domina las narraciones de Muratti. Lo cierto es que la morbosidad de la que hace gala el autor se mueve entre dos extremos.
Por un lado, se mueve por los márgenes de la imagen de la devastación física que produce la violencia. El tajo en la cara de Elena, la Elena rediviva de la plena popular en “Se llamaba Elena”, es el mejor modelo de ello. Pero también participa de una penetración sicológica extraordinaria. En “Un cielo oscurecido de mariposas”, Alina encuentra seis imaginarias cabezas cercenadas que la conducen al suicidio. Lo gráfico y lo sugerente se combinan en un balance que me parece idóneo. Este es una de las marcas de distinción de una narrativa extraordinaria, bien difundida pero poco comentada por la crítica, que ha estado circulando en el país desde 1990 al presente.
Muratti por su formación y su cronología, nació en Mayagüez en 1950, se mueve entre diversas conformidades filosóficas con mucha seguridad. Su discurso manifiesta un poderoso entronque con la literatura social del 1970, tendencia que se reanima en el presente en la nueva narrativa social pero con un conjunto de propuestas mucho más amplias y abiertas que en aquel entonces. La impresión que tengo es que el autor busca un punto de apoyo aceptable entre aquella tradición que carga, y un presente que juega al postmodernismo cultural mal interpretado y en el cual mucha gente celebra lo light y el chilling. Soy historiador por formación y todavía me parece aceptable argumentar que las crisis económico-sociales y sistémicas, son un hervidero de posibilidades para escritores inteligentes y sensitivos como Muratti que no están dispuestos a lanzarse al campo abierto del cinismo. Este escritor tiene memoria de la debacle del 1970, mejor que la mía, que conste. Por ello se trata de un testigo de primera para la del presente que es el momento en el cual reflexiona y escribe.
La construcción del personaje de Elena en el cuento que inicia la colección, es un buen ejemplo procesal de cómo se redactaría un relato social desde la (con)textualidad del 1970. Elena vive una odisea que empieza en Adjuntas, transita a la Isleta y culmina en Nueva York. Se trata de una tripleta ganadora en cualquier narrativa social puertorriqueña. El fervor social del narrador se afirma en “Un fuerte olor a agua maravilla” donde la nostalgia por el pasado nacionalista se significa en la protesta de una niña ante la posible ofensa del cadáver de su abuelo. En Puerto Rico tenemos el problema de que la “nostalgia” se ha convertido en una acusación fácil cuando alguien reflexiona sobre asuntos que presumiblemente “se han dejado atrás”. En historiografía y en narrativa nunca se deja nada atrás, por el contrario, siempre se traen las cosas al presente y eso nada tiene que ver con la “nostalgia” llorona que muchos adjudican a los románticos.
La (con)textualidad del siglo 21 que destilan estos cuentos es patente en “El primero es gratis” y el “Contrición”. La relación homoerótica de los militares veteranos de la guerra del Golfo Pérsico (1991) Daniel y David, dos nombres con un fuerte pasado judío, y la flagelación del Padre Anselmo, llaman la atención sobre dos ardientes debate del presente. Si a ello se añade el asesino serial de “Un bar llamado La Biblioteca”, se completa el cuadro que sugiero. El serial killer es la mejor matáfora del consumo conspicuo del acto de matar que conozco y otra de las marcas de distinción de la novísima narrativa puertorriqueña que tampoco se ha trabajado mucho críticamente.
El trasfondo de todas estas narraciones es esa tonalidad, acorde con el Muratti que conozco, que me recuerda la narrativa fenomenológica y existencialista en la que yo me formé hace 30 años. Se trata de un recurso que permite observar con alguna frialdad o control una realidad inyectada de fisuras. Pero Muratti no llega al cinismo que caracteriza a otros, no, mantiene la mesura.
Por último, en “Nunca, jamás” y en “La víbora…”, el gran tema parecen ser los equívocos a los que conducen las ideologías una vez se enmohecen y el reuma del fanatismo destruye las posibilidades de la crítica. En “Nunca, jamás” lo delata para los socialistas, y en “La víbora…” lo hace para las convicciones religiosas fundamentalistas. Es como si el autor intentara decir que corremos el peligro de convertirnos en títeres de unos sistemas moribundos que nos ponen al servicio de entelequias. El costo de ese proceso es nuestra humanidad concreta. Si eso es lo que intenta sostener, lo acepto. El estudiante y el francotirador de estos textos, verían sus vidas desde la frontera de la muerte inútil como meros tránsitos del ridículo y el engaño. Allí se encuentra un extraordinario llamado a la (re)humanización, mientras al fondo alguien nos susurra “la lucha continúa”.
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