La Mueca Epiléptica de una Reina Implacable: Manuel Zeno Gandía, El Monstruo y la Feminización de la Naturaleza


  • Dr. José Anazagasty  Rodríguez
  • Sociólogo y escritor
  • 28 de Mayo de 2009

 

Para numerosas feministas las narrativas científicas tradicionales, incluyendo novelas con una dimensión científica, suelen ser producidas desde la perspectiva masculina. Y El Monstruo de Manuel Zeno Gandía no es la excepción. Es una novela escrita por un hombre para otros hombres. Lo que la hace peculiar es que es abiertamente masculina. El narrador inclusive recomienda al lector esconder la misma de sus esposas y dice:

 

Además, hablándote francamente, no escribo para ellas. La razón es obvia. Ellas, todas ellas, son positivamente de mi opinión. No te diré que piensan como yo, pero de fijo sienten mis opiniones. A ninguna se le ocurrirá imputarme falsedad; por el contrario muchas dirán: “Así procedería yo.” “Mi corazón siente iguales impulsos.” “¡Que bien conoce el autor el corazón humano!”

 

La cita demuestra que El Monstruo es una novela fundamentada en y reproductora de estereotipos del género que atribuyen emotividad a las mujeres. Los personajes femeninos, sobre todo María, madre del monstruo Claudio, están incrustados en estereotipos sexistas de la mujer como aquellas que siente más. Y prefiere como lectores a los hombres, basado en estereotipos del género que le atribuyen a los hombres objetividad: “En cambio, es muy probable que entre vosotros halle argumentadores. Vosotros podéis opinar, porque sentís menos.”

 

zeno_monstruo2Aparte de ser sexista por excluir a las mujeres de su lectura, la novela es también sexista en su feminización de la naturaleza. Por ejemplo, el Dr. Gedeón, refiriéndose a Claudio, declara: “¿Qué otra cosa parece más que una mueca epiléptica de esa reina generadora tan pródiga unas veces, tan implacable otras?”

 

La naturaleza es aquí representada como hembra—una reina—que es tan generosa como cruel. En esta declaración la naturaleza es madre fructífera, hembra generadora de hijos saludables pero también de frutos monstruosos. Su creación de monstruos convierte a la emperatriz en la antítesis de la civilización: cruel, terrible, siniestra y hasta epiléptica. Y como reina tiene poder sobre nosotros. Por todo eso es objeto de la antipatía y de una aversión derivada del encuentro con lo monstruoso y la negación del hijo deseado. Claro, en la novela la aseveración del Dr. Gedeón Haro cuestiona la representación edénica o paradisíaca de la naturaleza típica del idealismo romántico. Para el doctor la naturaleza puede también ser maligna. Concurro entonces con Miguel Ángel Náter, quien en su introducción a El Monstruo, plantea que en la novela la naturaleza es representada en términos negativos: “… se convierte en una forma de enemigo del ser humano, al negar el hijo que significa la felicidad del matrimonio.” Pero al feminizar la naturaleza el narrador la convierte en enemigo del hombre, de la objetividad, del orden, de la civilización, de la ciencia.

 

Pero en la novela la naturaleza no es siempre objeto de la aversión humana. Es en ocasiones objeto del deseo, el objeto de la mirada masculina del científico. La observación científica es un ojo, que como diría Donna Haraway, “fucks the world” al servicio del poder desencadenado de la ciencia, poder muchas veces subsumido a intereses patriarcales. Entonces, en El Monstruo la naturaleza es también mujer a ser disciplinada y de la que debemos saber todo sus misterios. Así, en el discurso médico de Gedeón Haro la aversión es pronto sustituida por la fascinación, pues el médico convierte el monstruo, esa “mueca epiléptica de esa reina generadora tan pródiga unas veces, tan implacable otras” en objeto de observación medico-científica y con ello en el objeto de deseo y la disciplina. A través del “modelo médico” de Gedeón Haro, el modelo organológico, la ciencia se interpone e intenta racionalizar, disciplinar y colonizar el cuerpo monstruoso de Claudio, y consecuentemente, el de la reina prodiga e implacable. El cuerpo, monstruoso o no, es natural y disciplinarlo es disciplinar esa reina espléndida unas veces, despiadada otras.

 

Si bien es cierto que el Dr. Gedeón Haro reconoce los límites de la “luminosa” ciencia de su época, la que para él caminaba a oscuras, este no niega el potencial lúcido de la misma. Si en aquel momento la ciencia era para Gedeón Haro incapaz de alumbrar todos los misterios de la naturaleza, sobretodo los de la monstruosidad, también buscaba promover su uso para precisamente descubrir esos misterios al servicio de la humanidad. Así, el reconocimiento de los límites de la ciencia de la época no declara imposible el dominio sobre la naturaleza. Su dominio—la racionalización de esa misteriosa, generosa y cruel hembra—fue solo postergada al futuro. Al final, la racionalidad instrumental moderna, y su ciencia y su tecnología, un proyecto profundamente masculino, busca interponerse y cultivar, de formas diversas y complejas, ese cuerpo que llamamos naturaleza. Y aunque hoy la llamamos pseudo -ciencia la organología de Gedeón Haro, inspirada en la de Franz Joseph Gall, es solo uno de esos esfuerzos dirigidos a someter la hembra inclemente, a examinar y controlar sus muecas epilépticas.

 

Tomado de Socionatura: la producción de la naturaleza

 

El Monstruo, la Organología y la Visión Universalista de la Naturaleza


  • Dr. José Anazagasty  Rodríguez
  • Sociólogo y escritor
  • 28 de Mayo de 2009

 

zeno_monstruo2Varios monstruos transitan nuestra cultura. Y sin embargo, a pesar de su presencia, notable y ciertamente interesante, la construcción social de estas criaturas apenas ha sido objeto de la reflexión académica. Es por ello que cuando Juan Carlos Jorge, un colega y amigo, me prestó un ejemplar de la novela El Monstruo de Manuel Zeno Gandía, aproveché para utilizarla come materia prima de algunas reflexiones acerca de la historia de las representaciones de la monstruosidad en la literatura puertorriqueña. Además de una ventana a esa historia, la novela nos permite también explorar la representación del cuerpo en nuestra literatura, aunque solo se trate del cuerpo monstruoso. Y entre las representaciones más interesantes de esos cuerpos se encuentran las representaciones médicas, indudablemente presentes en El Monstruo.

Son dos tipos de monstruos los representados en la novela de Manuel Zeno Gandía: aquellos con una monstruosidad física como Claudio y aquellos que aunque físicamente corrientes son monstruosos “por dentro” como Juan y Mauricio. Sin embargo, en la literatura lo que suele ser monstruoso de los monstruos es su cuerpo, su apariencia física. Es por ello que insisto en dirigir la atención a Claudio, representante de la monstruosidad corporal en la novela de Zeno Gandía y el objeto del acercamiento organológico del Dr. Gedeón Haro, un personaje ciertamente fundamental en la novela. Estoy de acuerdo con Mario R. Cancel en que este personaje representa un medio excelente para examinar las representaciones del cuerpo monstruoso. Siguiendo su recomendación, ofrezco a continuación unos comentarios iniciales y tentativos sobre la codificación medica de Claudio realizada por el Dr. Gedeón Haro.

La representación de Claudio realizada por el doctor está determinada por su interés y esfuerzo por racionalizar y normalizar la monstruosidad de Claudio mediante el discurso y conocimiento médico. Esto envuelve, por supuesto, un esfuerzo por entender el organismo monstruoso, un organismo que para él, más que un cuerpo monstruoso, es un cuerpo simplemente enfermo o defectuoso. Y ese esfuerzo, envuelve también la conversión de Claudio en un objeto de estudio medico-científico. El carácter moderno de esta intervención médica es indudable. Y es precisamente con la modernidad que surgen, como demuestra Michel Foucault, las técnicas de sujeción y de normalización que tienen como punto de aplicación primordial el cuerpo, incluyendo la contención y normalización del cuerpo monstruoso.

La codificación médica de Claudio por parte del Dr. Gedeón Haro revela que es en esa zona entre lo natural y lo social, en la socio-naturaleza misma, que la racionalidad instrumental moderna, y su ciencia y su tecnología, se interponen y colonizan, de formas diversas y complejas, ese artefacto que llamamos cuerpo, el cuerpo monstruoso en este caso. Así, el planteamiento más interesante de El Monstruo, logrado a través del lenguaje medico de Gedeón Haro, es que los monstruos no existen fuera de lugar, fuera de la naturaleza. Los monstruos son más bien una instancia de la capacidad sorprendente de la naturaleza para producir formas diversas, algunas bellas, algunas grotescas. El monstruo es imaginado ontológicamente, una construcción ausente en la racionalidad clásica, la que no imaginó el monstruo de esa forma. Y construir el monstruo de esa manera es afirmar la “unidad diferenciada” entre el cuerpo y la naturaleza. Así, la representación médica del monstruo es simultáneamente una representación de la naturaleza.

Mi tesis, tentativa, es que Zeno Gandía, a través del Dr. Gedeón Haro, significa la naturaleza en su universalidad. Parto de la dualidad con respecto a la naturaleza identificada por Neil Smith con su noción de la “ideología de la naturaleza.” Para él, un dualismo básico avasalla y constituye las diversas representaciones de la naturaleza. Por un lado, la naturaleza es externa, un ente extrahumano y separado de la sociedad. Por el otro lado, la naturaleza es concebida en su universalidad. Desde esta perspectiva universalista, los seres humanos—su cuerpo y su conducta—son tan naturales como cualquier otra entidad natural. Esa es precisamente la perspectiva del doctor, una en la que Claudio es solo una instancia más de la maestría extraordinaria de la naturaleza para generar cuerpos diversos.

El ordenamiento universalista de la naturaleza, que incluye el ordenamiento científico del cuerpo y de la monstruosidad, por parte del Dr. Gedeón Haro está marcado por una transformación histórica. Como plantea Miguel Ángel Náter en su introducción a la novela, El Monstruo es una obra de transición entre los postulados del romanticismo y la visión de mundo del realismo y del naturalismo. Si la novela, por un lado, rechaza la estética romántica del cuerpo y su visión edénica de la naturaleza, por el otro lado, critica la ciencia. Sin embargo, no podemos por ello asumir solamente diferencias irreconciliables entre el romanticismo y el realismo, sobre todo si consideramos que el discurso medico del Dr. Gedeón Haro, como lo demuestra su conversación con Juan, padre de Claudio, en el capítulo 3, es el de la organología, también conocida como frenología. Debemos reconocer que la organología no está del todo opuesta al romanticismo. Ambos movimientos comparten ciertas tendencias con respecto a la naturaleza y el cuerpo.

Para empezar, ambos movimientos rechazan el dualismo cartesiano que separa la mente del cuerpo. Tanto el romanticismo como la frenología suponen un concepto espinosista de la mente y el cuerpo como dos atributos de una misma sustancia. Claro, mientras que los románticos, intensamente idealistas, reducen el organismo (cuerpo y mente) a la actividad espiritual; los practicantes de la organología, intensamente materialistas, lo reducen a la materia, pues desde su perspectiva la mente es determinada por los órganos físicos. Segundo, ambos, el romanticismo y la organología, codifican la naturaleza en su universalidad. Para los románticos Dios, naturaleza y cuerpo se confunden, parte de una misma sustancia. Y para la organología las habilidades y tendencias del individuo son innatas, parte del orden natural; el cuerpo, natural, es gobernado por las leyes de la naturaleza. Finalmente, y conforme con su visión universalista, ambos movimientos insisten en la unidad del método. Difieren solo en el método preferido. Mientras que los románticos establecen la especulación filosófica como método adecuado para el estudio de la naturaleza (y el cuerpo y la mente), los frenólogos establecen la inducción como el método preferido para ello.

En fin, Manuel Zeno Gandía, a través del Dr. Gedeón Haro, produce una representación creativa e imaginativa de nuestra relación con la naturaleza basada en la organología, una representación universalista de una naturaleza de la que somos parte, aun siendo monstruos.

Tomado de Socionatura: La producción de la naturaleza

Una lectura de El monstruo de Manuel Zeno Gandía


 

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

  

Zeno Gandía, Manuel, El monstruo. San Juan: Editorial Tiempo Nuevo, 2008. 79 pág. Edición e introducción de Miguel Ángel Náter.

zeno_monstruo2Los temas del siglo 19, dominantes en el discurso intelectual de las Generaciones del 1930 y el 1950 y referentes básicos de la escritura del 1970 en torno al mito de la Gran Familia Nacional, han perdido presencia en la discusión intelectual puertorriqueña en los últimos 20 años.  Todo parece indicar que el debate en cuanto a la fragilidad del concepto de la identidad nacional ha justificado el olvido de aquel momento liminar de la invención de lo puertorriqueño.

Esa actitud, comprensible por demás al momento presente, cancela la oportunidad de reconceptualizar un momento crucial del imaginario nacional que espera también se re-inventado desde la era global. Desmontar la presumida coherencia de la modernidad decimonónica y sus artefactos desembocará, de un modo otro, en la posibilidad de diseñar esa debilidad ontológica que adjudicamos a la postmodernidad tan imaginada como aquella.

Por eso la publicación de un texto narrativo del siglo del siglo 19 siempre es algo que me parece meritorio celebrar. Si se trata de una narración olvidada de una figura canónica como Manuel Zeno Gandía, mucho más. En ese sentido el trabajo de Miguel Ángel Náter con la obrita El monstruo (1878) no debe pasar inadvertido. En su prólogo “La reivindicación de la monstruosidad en El monstruo, de Manuel Zeno Gandía” (9-17), Náter establece la naturaleza híbrida de la narración. La misma se mueve entre el romanticismo y el realismo, fenómeno común en la producción literaria puertorriqueña de aquel momento. Sin embargo lo cierto es que los elementos románticos, el monstruo inclusive interpretado como doble u otro, dominan la discursividad de esta novela corta. Los elementos médicos y positivistas que se insertan en el texto, son parte del vocabulario común del galeno que escribe.

Las referencias críticas y teóricas del prólogo de Náter se establecen sobre la idea del monstruo dominante en lo que denominamos la época clásica y el medioevo, momentos en que la razón y dios, impusieron sus límites y especifidad a la idea de lo monstruoso. Lo fantástico en un texto de Heródoto o Apuleyo, por ejemplo, posee unas marcas que lo hacen único.

Pero me parece que la era de la razón ilustrada y la de la ciencia, resemantizaron la noción de lo monstruoso de una manera radical que valdría la pena discutir con más profundidad. Un medio para ello sería mirar con detenimiento el papel que cumple el Dr. Gedeón Haro en la codificación de Claudio en esta narración. La medicina y su lenguaje, como se sabe, han sido también crucial según ya comenté en un ensayo de mi libro Historias marginales: otros rostros de Jano (2007), fundamentales en la reinvención de la idea de la prostituta moderna y su demonización. Michel Foucault ha insistido mucho en ese tipo de procesos de invención en una diversidad de textos sobre la clínica, la infamia y la locura.

El monstruo es un concepto en constante reconstrucción. Ese ser fantástico que se percibe como un atentado al orden natural, generó respeto por su anormalidad en culturas ancestrales de todo el mundo. Pero esa misma imagen, despertó el miedo o la piedad en la modernidad por las mismas consideraciones que antaño promovían su reverencia. La resistencia a la heterogeneidad es más común en metafísicas duras como la moderna. Se trata de una trampa bien puesta por la razón identificada con el orden, lo bello, lo verdadero y, en última instancia con la Naturaleza o Dios. Otra vez la idea del cosmos establece los parámetros para la concepción del caos.

La obra de Zeno Gandía se caracteriza por su simplicidad y su excelente redacción. La voz narrativa apela directamente al narratario o al lector individual, como si se tratara de un relato que se hace al descuido. La introducción cuidadosa y planeada de la correspondencia entre Ana y Valentina (51-54) o del diario íntimo de Claudio el Monstruo (59-61), permiten conocer la inocencia de estos personajes. La construcción de los personajes femeninos y masculinos está atrincherada tras las convenciones más pueriles, incluso para el siglo 19. El final feliz en que Juan Daroca acepta a su hijo Claudio o la tesis moral que antepone de manera dualista los principios cuerpo y alma, afirman esta como una narración romántica madura. La tesis de Zeno Gandía, un católico formal, es que el homúnculo físico alberga un alma pura y respetable por su capacidad de saber y crear: Claudio en un niño prodigio y un artista consumado.

La tesis subyacente es que todo canon o modelo es engañoso en la medida en que niega las posibilidades del otro en toda su libertad (42, 47).  Esa es la piedra de toque de la ciencia moderna que, ante la ley y la regla, no olvida la excepción o lo monstruoso como espejo para comprender mejor lo normal. También es evidente el interés del autor que se acepte que la capacidad descriptiva y nominativa de la ciencia no puede cambiar el hecho de que el monstruo sigue allí con toda su deformidad.

Por último, El monstruo de Manuel Zeno Gandía da la impresión del texto inacabado y sin trabajar a fondo. La oposición de Claudio y Mauricio nunca toma forma, solo se sugiere, y el amor entre el Monstruo y la Bella Ana, platónico por incumplido, se queda apenas en el bosquejo. Valdría la pena volver en detalle sobre las alusiones intelectuales y científica y la nominación de los personajes que escoge el autor. Pero ese será un asunto que discutiré en otra ocasión.

A %d blogueros les gusta esto: