- Mario R. Cancel
- Historiador y escritor
¿Es posible que la novela policíaca represente la plenitud de la conciencia política en tiempos de disolución del compromiso social? Eso me sugirió en una ocasión un novelista al que admiro y respeto mucho: Elidio La Torre Lagares. Ni siquiera recuerdo en qué momento ocurrió el evento. Fue en medio de una de esas largas conversaciones que entablamos como resultado de la casualidad de un encuentro o al cabo de la presentación de alguno de sus libros. La idea me dado vueltas en la cabeza desde aquel remoto entonces.
Cuando me correspondió prologar políticamente la antología de poesía que publiqué con Alberto Martínez Márquez, El límite volcado (2000), me vi forzado a evaluar el compromiso social en lo que entonces veía como nuevos poetas con nuevos lenguajes literarios. Hablé, recuerdo, de un “callado compromiso”, que contrastaba con los alardes triunfalistas y el reclamo a todo pulmón que dominó, por ejemplo, a la Generación del 1960 y que tantos equívocos produjo en su momento. En verdad lo que veía en el año 2000, era que la nueva generación resultaba menos pretenciosa e idealista, pontificaba menos y aceptaba una posición menos protagónica en el orden y el proceso de cambio social. Si esa actitud desembocaba en conservadurismo o en la renuncia a la vida heroica, era otra cosa.
Todavía a la altura de 2011, estoy convencido de que el problema no radica en la disyuntiva de estar comprometidos o no con la humanidad, sino en la actitud que se adopta cuando el escritor, por medio de su obra, reinventa la vida social y la poetiza (re)fundándola en la palabra. La sensibilidad del escritor, enmascarada a veces en el cinismo o apoyada en la piedad más irrisoria, siempre es el resultado de una transacción con la vida ridícula que le rodea. Una vida en la que el poder y sus ejecutores se pavonean en la inmundicia o con los problemas de la escasez, la violencia o la crueldad rampante. En cierto modo, la evaluación de esa crisis, me ha forzado a volver a la Novela Policíaca con tanta avidez en los últimos meses.
Después de todo, algunas de la piezas claves en el derrumbe de la Novela tal y como la inventó la Modernidad desde los nichos del Romanticismo, el Realismo Social y el Naturalismo, son narraciones policiales que sembraron la semilla de la incertidumbre en el seno de la imago mundi dominante. La Novela Policíaca de corte Existencialista Fenomenológico, y aquellos ejercicios que se ubicaron en la frontera de la Anti-Novela, fueron claves para el desenvolvimiento de la Cultura Literaria Postmoderna.
El asunto despierta mi interés precisamente porque la trama policial es el producto racional por excelencia, poseedor de una arquitectura dominado por una lógica inflexible que, teóricamente, existe para plantear un misterio y debe conducir a su resolución definitiva y final –el hallazgo de la Verdad– del mismo modo que lo pretendía la Ciencia de raíz newtoniana. El desencaje más abrupto ocurre cuando se ejecuta todo ese ejercicio y se decide que la Verdad no aparecerá, por lo que la Racionalidad y la Ciencia, resultan traicionadas por el imperio de lo incierto.
Dos casos narrativos llamaron siempre mi atención en esta dirección. Ambos son de 1956 y producto de dos distinguidos narradores de cultura francesa. Primero, La doble muerte del Profesor Dupont de Alain Robbe Grillet, vuelta a publicar posteriormente con el título de Las gomas. Wallas es policía o asesino, Dupont podría estar o no muerto, la verdad se reduce a la volubilidad de la hipótesis y, en el proceso, la narración se descoyunta, es demolida e inorgánica. La novela ¿deja de ser novela por ello? ¿el carácter policial se diluye por la ausencia de una verdad?
La otra es Retrato de un desconocido de Nathalie Sarraute en la cual Jean-Paul Sartre leía una parodia de las “novelas de indagación” que es casi como decir una burla de la búsqueda de la Verdad. El personaje, aficionado a las técnicas detectivescas, y cercano al voyeurismo, inventa misterios tras la vida trivial y aburrida de un padre y una hija bastante adultos y gastados que a nadie llaman la atención. La búsqueda del personaje, en fin, no conduce a ninguna parte porque más allá de aquella ordinariez no hay nada, solo las fantasías del mirón furtivo. ¿No habrá detrás de ese aserto una parodia dura de las presunciones de toda ciencia o de toda filosofía?
Las novelas policíacas puertorriqueñas que me ocuparán en las próximas páginas no albergan ese tipo de pretensiones. Más bien encajan en el marco de lo que fue la Novela Policíaca tradicional, tan vinculada al proyecto Racional y a la aspiración de Universalidad heredada de la Ilustración y del Siglo de la Ciencia. Por su lenguaje y su estructura, recuperan el artificio del engranaje del misterio y su resolución con maestría. Pero la vez se insertan en el ideal del Romanticismo, el Realismo Social y el Naturalismo, en la medida en que cumplen con el deber moral del comentario social. Después de todo, esa ha sido la “naturaleza” pretendida de la novela, como género que mejor significa la Modernidad: la de ser un espejo o speculum del mundo económico, social y cultural que permite su producción.
El caso de Wilfredo Mattos Cintrón y sus Desamores (2001), y el de Francisco R. Velásquez y su relato El ángel del verso, escogidas muy al azar, me servirán de modelo para elaborar un comentario sobre la situación del subgénero en Puerto Rico y el papel que puede cumplir en la literatura presente y futura. Desterrado del nicho universitario, moviéndose como quien repta en círculos de heterodoxos elitistas que confían demasiado en su excepcionalidad, estas narraciones son piezas para leerse en una banca de La tertulia de Río Piedras o en un bar de la capital después de varios tragos. Pero también podrían ser leídas en otros espacios menos exclusivos. Me consta y espero que así sea.
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