- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Catedrático de Historia y escritor
Méndez Bernal, Eduardo. Solsticio de verano. New York / Puerto Rico: León Iberoamericano, 2008. 51 págs.
En 1992 supe de Eduardo Méndez Bernal. En aquella ocasión comenté su interesante título La estatua de sal, que ya contenía muchos de los elementos que ahora se vierten en esta colección de narrativa. Solsticio de verano es una colección de 11 relatos breves muy bien escritos, reflexivos e intelectualizados, redactados sobre la base de una poética agria fronteriza con el cinismo. Por su construcción y su tempo, pueden ser leídos dentro de la tradición de la gran narrativa fenomenológico-existencial.
Los relatos, caracterizados por su pesimismo crítico, están punteados con motivos de Sartre, Camus o Cortázar que sugieren y disparan la acción en direcciones precisas. Se trata de tres modelos narrativos bien apropiados a la hora de instituir el enfrentamiento del ser humano con lo fantástico que se oculta detrás de lo que se presume estable –la realidad-. Las otras pistas o lemas provienen de la música pop de Sabina, Simon, Blades y Marley. Se trata, por lo tanto, de figuras emblemáticas cuyo discurso es una afirmación del cansancio con el occidentalismo agotado. Pero esas referencias no son meras marcas o alarde, sino una enunciación de la incertidumbre y la desconfianza que repta entre estos relatos.
Los textos narrativos están ornados con numerosos elementos que afirman el absurdo de lo que llamamos orden, como quien asegura que el caos vive dentro de cosmos enmascarado con lo que aparenta ser una estructura. Los ámbitos dominantes son cuatro.
Primero, la extrañeza de la urbe que convierte ese espacio es un escenario evanescente en donde lo humano vive dentro de la cápsula de su subjetividad. Segundo, una intimidad vertiginosa que se constituye en universo alterno. La mayor parte de los relatos se escriben en primera persona, pero el Ego que habla es un ser que transmite cierta inconsistencia nacida de su anonimia. La incos\nsistencia se expresa por medio de la sugerente metáfora del vértigo y la alienación ante lo real.
Tercero, están los lugares del recuerdo como ocurre en toda narratividad pensada-sentida lejos del país. Desde el nicho neoyorquino, Méndez Bernal viaja. En «Noche del viernes a dos voces» (14 ss), se trata de Río Piedras; en «Heidi in green» (35-37) se rememora el bosque tropical húmedo. El hecho de que el segundo texto se escriba en inglés, afirma la extrañeza del relato. Pero curiosamente es allí donde Méndez Bernal testimonia con más transparencia su filiación con la tierra: «my roots are embedded in that Island» (36).
El recuerdo es el pasaporte al pasado y a la historia, esa memoria formal e hipócrita que inventó la civilización. En esta colección las fronteras entre el pasado y el presente se diluyen como quien reconoce que el tiempo histórico es una ficción. Ese es el caso del personaje Pablo de «Solsticio de verano«(1-4): un desaparecido / reaparecido que evade el peso de la temporalidad como la clásica Penélope. Del mismo modo, la identidad de la realidad -su carácter unívoco- es cuestionada en «85 West 5th street» (5-8), cuento en el cual el misterioso ático de la residencia urbana es la entrada a un mundo paralelo que, tras transitarlo, conduce al personaje a encontrarse consigo mismo como un otro.
Los desencuentros entre lo real y lo irreal también se afirman en el citado «Noche del viernes a dos voces» (14 ss), donde la duplicidad se establece sobre la doble narración de la escena mediante relatos que se niegan el uno al otra. Lo mismo ocurre en «Festejos callejeros» (21 ss.) donde el Bar de Fermín resulta ser el eslabón o el punto de paso hacia duplicidad de lo real. En este cuento, como en «Solsticio de verano» (1 ss.), el acceso al orbe paralelo es una forma de huir.
El cuarto asunto que se trabaja es el fin de todo, la muerte y la nada. «Premonición» (29-31) es el mejor ejemplo de ello. En el mismo, la muerte recuerda ciertos escenarios del Hitchcock de la televisión clásica. La conciencia de un cadáver, se convierte en testigo de su degradación física. Aquí la muerte aparece como la simple disolución de cuerpo y la materia. La idea de ese hecho como un tránsito, un desprendimiento bien instrumentado, no aparece por ninguna parte.
Méndez Bernal a veces adopta el tono de la fábula moral, por demás interesante, como ocurre en «Historia de círculos y cuadrados» (32-34). Lo interesante de este texto es que se trata de una parodia cínica de la discusión académica universitaria en la postmodernidad. La misma discusión se reitera en el vacuo e idealista profesor universitario de «Noche del viernes a dos voces» (18-19). En ambos casos el autor afirma la desconfianza que esa institución despierta en la intelectualidad actual.
La colección cierra con un testimonio político típico de numerosos ochenteros que vieron con sorpresa la reinstitución del liberalismo con el prefijo “neo”. “Sueños de onda corta” (42-51) es una crítica y una afirmación de las posibilidades de cambio y una propuesta sobre lo que significa el poder.
La colección Solsticio de verano demuestra que hablar de la narrativa puertorriqueña sin mirar a la producción que se elabora fuera del país es un problema. La riqueza de la(s) narrativa(s) puertorriqueña(s) parece ser el producto de los efectos de una granada de fragmentación. Recuperar las porciones dispersas, puede dar una imagen distinta de la que tiene hoy respecto a esa experiencia literaria.
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