Narradores 2000: Rafael Acevedo. Sexo y cura. Carnada de Cangrejo en Manhattan


  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

Acevedo, Rafael. Sexo y cura. Carnada de Cangrejo en Manhattan. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra, 2008. 88 págs.

El volumen, construido sobre el principio simbólico del yin y el yan, recoge dos narraciones cortas bien imbricadas. Se trata de reescrituras de textos que el autor fecha en 1990, narraciones o monólogos re-visitados y puestos al día. El lector se encuentra ante un valioso experimento que me recuerda la escritura entre el teatro y el relato que elaboraba Eugene Ionesco en los años 1960. Sin embargo, la puesta al día del texto parece un ejercicio meramente cosmético. El relato medular no parece haber sido alterado.

Rafael Acevedo

Rafael Acevedo

Carnada de cangrejo en Manhattan es la historia de un escritor. El relato es una reflexión circular sobre la escritura. Pero el texto no propone una teoría concreta sino que, más bien, juega con la imagen que el escritor desarrolla de sí mismo con el fin de justificar el hecho de escribir. Sexo y cura, por otro lado, es la historia de su personaje. En este caso, la reiteración de la pregunta sobre la pistola que descansa entre las piernas de Luis Carlé, da al texto un carácter rítmico y cíclico. En ambos casos, el lector tiene ante sí  narraciones disyuntivas y no-lineales.

El escritor sueña con ser un James Joyce, un Charles Bukowski, un Dylan Thomas, en fin, un maldito. Ser escritor es ser otro. Sexo y cura es un experimento mas del autor. Luis Carlé es un personaje cargado de patologías y lleno de un pesimismo suicida, como los autores aludidos. La idea de que el personaje inventado por el autor funciona como una sombra puede ser de utilidad. La sombra era el otro clásico durante el medievo europeo, un periodo seducido por los demonios, sus tentaciones y sus posesiones. Pero en estos cuentos de Rafael Acevedo, el otro no es distinto del yo ni nada que se parezca.

Carnada de cangrejo en Manhattan juega con la idea del escritor frustrado, tipo que se repite en la narrativa reciente de diversos modos. Todo parece sugerir que numerosos escritores se están cuestionando su situación o su pertinencia en la postmodernidad. La idea de la inadaptación, desemboca en la voluntad suicida que manifiesta el personaje. El pesimismo postmoderno y la melancolía romántica se manifiestan a través de esta figura de un modo paródico bien logrado. Es cierto que el saber genera poder. Pero el escritor está leyendo un Almanaque Bristol y (sobre)vive por medio de la redacción de historias fantásticas sobre mitos urbanos increíbles propios del Canal Infinito.

El otro rasgo que le caracteriza es el desarraigo. La imposibilidad de trabar una relación coherente con la familia del tío que vive cerca del aeropuerto La Guardia, lo demuestra. De un modo u otro, el único elemento capaz de estabilizar a este escritor es una relación sexual más o menos satisfactoria ya sea con Clareview o con Eva. Candy, por su parte, se proyecta como el refugio de última hora a la cual le falta un diente.

Las alusiones a la violencia callejera –como ocurre con la secuencia que incluye a los policías Pineda y Torres y a Sammy Villegas- se han convertido en un lugar común en la narrativa de última generación. En el volumen que me ocupa, como en otros casos, la percepción tanto de la violencia como de la realidad en general, está impregnada de relatos cinematográficos de una diversidad de orígenes.

Acevedo_Sexo_y_curaEn Sexo y cura, lo que marca la pauta es el fuerte trasfondo freudiano. El texto se convierte en un esfuerzo por explicar las patologías sexuales que conducen al personaje, Luis Carlé, a la muerte. En general, se recurre a las convenciones típicas: la madre dominante, manipuladora y religiosa. El producto neto es un hijo sicológicamente castrado, un ser impotente que, por añadidura, sufre una agresión anal múltiple cuando va a revisarse la próstata.

Los efectos de la matrona no se reducen a eso. Su otro hijo, René, también se siente castrado tras ser abandonado por su compañera, Beba, por otra mujer. La rival es una maestra de aeróbicos con un fuerte componente masculino. El Padre Carrera, un reprimido sexual convertido en sacerdote pederasta por el peso de la culpa judía-cristiana, es otro modelo de ello. Son personajes que no poseen una identidad sexual estable y, desde esa condición, establecen una incómoda relación con el mundo.

El relato tiene numerosos logros. El rico escenario de la oficina de los analistas, quienes juegan sexualmente mientras se ríen de Luis, es extraordinario. Se trata de una pareja propia del cine de la era de la revolución sexual de Woody Allen. Los sicoanalistas de este cuento recuerdan la polémica y apasionante figura del freudiano Wilhelm Reich, el inventor del famoso orgonon, tan recordado por el culto fanático que tenía a la masturbación como remedio a la mayor parte de los males que generaba la represión del yo.

En general, la actitud de los analistas no difiere de la que adopta el Profesor B, René o el Padre Carrera ante los problemas de Luis. Todos resultan ser curanderos ridículos, armados de rituales que no aspiran cambiar el mundo sino la actitud de Luis ante el mismo. Sexo y cura me resulta un juego o una reescritura original de la Generation Beat en Puerto Rico. Bruno Soreno, Pedro Cabiya y Elidio la Torre Lagares han hecho ya ese tipo de ejercicio con éxito en otro momento.

Es un libro, en general, redactado en un lenguaje telegráfico, con una enorme economía de la palabra. La narración es interesante y se apoya sobre diálogos dinámicos que, en Sexo y cura, recuerdan el cuento “Los asesinos” de Ernest Hemingway lo mismo en su versión literaria que en la fílmica. No me extraña, por lo tanto que el mismo haya sido reclamado para una versión cinematográfica.

El mundo mediático se manifiesta mejor en estos cuentos en el dramatismo propio de una serie barata de televisión donde todo es muy cuadrado y predecible. Allí radica parte de su atractivo. Los lectores son cada vez más difíciles de sorprender. A veces estos textos tienen el sabor del teatro monologado o de un relato tragicómico, picaresco o tremendista bien elaborado. Por último, la lección me parece clara: la forma de liberarse de la represión y la disfuncionalidad es la violencia, la muerte o la escritura. A pesar de todo, la escritura.