A mis libros… 2


Poema 1991


Por Mario R. Cancel Sepúlveda

Del libro Estos raros origenes. Hormigueros: Islote, 1991.

Los libros,
las palabras,
nunca las obliteraciones
ni el pleonasmo.
Ellos con su ternura
de flores desnudas,
con su sonrisa
de niños que no lloran.
Ellas con su hambre de luz.

Oficios…


Publicados originalmente en Letralia. Tierra de letras. Año IX • Nº 121 el 7 de marzo de 2005

1
La inventamos
para pisar
en firme,
y no caer
de bruces
en las manos
del duende
que habita
bajo el puente:

hablo de la historia.

2
Como animal extraño habito en el pasado.

Eso no me libera de locura,
lo sé.

Pero sirve
para tener un pie bien puesto
en cada mentira
y aprender el oficio.

3
Escribir.
Manchar el lápiz
con el vacío
que eres
al cabo de la noche.
La soledad
es leerte a ti mismo
en un tiempo
sin música.

A mis libros…


(Textos inéditos)

Por Mario R. Cancel Sepúlveda

Un día me iré
y su orfandad
los convertirá en polvo cósmico.
Nada me llevaré de las palabras
talladas por la tinta que he leído.
La muerte no permite esos milagros.
Será muy triste

Eso sí:
pedazos de mi piel,
la sombra de mi voz y mi mirada
habitará sus lomos,
dormirá en sus canales
y sus guardas.

Trozos de tinta mía
adornarán sus inhóspitas
bitácoras.
La emoción de un poema
pernoctará en la esquina de las páginas,
la humanidad de un párrafo
sonreirá tras las notas, diminutas, precisas,
que he dejado en los márgenes
del texto.
Solo serán los rastros
de una aviesa lectura indescifrable.

Juntos transitaremos hacia el polvo.
Seremos la memoria ominosa
de un olvido previsto.
Nada más:
seremos immortales.

1-5 de enero de 2022

Memorias del huracán María (2017)


Por Mario R. Cancel-Sepúlveda, historiador

Nota sobre el regreso a la (a)normalidad

Han sido días difíciles. Después de las tormentas todo parece detenido. La extrañeza me invade. La densa bruma que ocupa el horizonte que veo desde el patio de mi casa en Hormigueros, borra las sierras que marcaban los límites de la parte del valle del Guanajibo en que vivo. Supongo que lo mismo podría decir quien mirase hacia acá desde las Lomas de Santa Marta o los Peñones. No sé si alguien estará mirando. Tampoco me importa mucho. A veces me pregunto, como en un cuento absurdo, si en efecto sobreviví la hecatombe.
Han sido días complejos. Mi cuerpo y mis ideas se encuentran magulladas por el desastre. Me duelen las articulaciones de cada parte del cuerpo tanto como los puntos de encuentro de las vocales y consonantes de cada una de las palabras que escribo o pienso o digo. «Las ruinas que se dicen mi casa» ya no son la ilusión de un muchacho que en 1990 quería ser escritor. Ahora son un documento inmenso al cual se puede interrogar con la pericia de un viejo historiador. Ni optimismo ni pesimismo, no soy ya amigo de los extremos. Solamente mirar y comprender este país echado a perder. No es poca cosa esa tarea.
Han sido días tortuosos. A cada momento me invito a recordar que, antes de las tormentas, ya estábamos en ruinas, que sabíamos quienes eran los responsables, que había una tarea grande por hacer. Me insisto en que no debo cruzar ese Leteo. Me resisto a la tentación de no ver que aquellos que, ahora actúan como salvadores, son los mismos que por años nos hundieron. No se lo prohibo a nadie. Me lo prohibo a mí.
Mi única esperanza descansa en regresar a mis estudiantes y reflexionar con ellos sobre el meandro en que se haya su país hoy y aprovechar alevosamente toda la libertad que nos quede, poca y mucha, para aprender.

19 de octubre de 2017

Río Guanajibo durante el huracán María (2017)

Memorias

No «conmemoraré» el aniversario de María. Recordaré la muerte de mi padre entre la furia de las tormentas, el zumbido del viento que intentaba arrancar los árboles, el miedo que manifestaban mis gatos, la soledad de mi madre, la sensación de abandono que invadió a tanta gente, la oscuridad de las noches, la necesidad de agua fresca, la duda que me invadió una tarde de agotamiento en que me preguntaba si ya estábamos muertos y no nos habíamos dado cuenta, el capital soberbio y ambicioso que sonríe y convierte cada desgracia en una oportunidad de negocios y la llamada que al cabo del tiempo recibí de mi hijo para preguntarme si necesitaba algo y, sin pensarlo mucho, simplemente le dije: envíame un país nuevo.

19 de septiembre de 2018

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