- Mario R. Cancel Sepúlveda
En la corona de maíz de América
creció la gusanera del gusano
prosperando a la sombra del dinero,
sangriento de martirios y soldados(…)
…y su Palacio era por fuera blanco
y adentro era infernal como Chicago
con el bigote, el corazón, las garras
de aquel traidor, de Luis Muñoz Gusano…
Pablo Neruda, Canción de gesta (1960)
En algún momento del pasado año recibí en mi casa de Hormigueros de manos de la Prof. Carmen Cazurro, del Departamento de Español del Colegio Regional de Aguadilla, el texto, porque no le cabe otro nombre, El obispo, todas las noches, obra del poeta Sadí Orsini Luiggi. Agradecí el obsequio y la visita, que siempre Artemis llega cuando menos la imaginamos con su largo rosario de peticiones. Aquélla obra durmió el secular sueño de los justos. Las primeras páginas eran difíciles de tragar, como esas carnes que cocinamos a prisa y se nos atascan en el esófago. No era la primera vez que me pasaba con un escrito, a mí que siempre he querido ser, como Borges, «el guardián de los libros» y que los quiero como al vino, ese «sésamo con el cual antiguas noches abro.» Mi buena amiga se fue y el texto quedó, torturado entre los otros. Lo mismo me ocurrió con una historia del contrabando del Dr. Héctor R. Feliciano Ramos, y con las Noches ciegas de Ángel M. Encarnación, y hoy son dos de los libros que más amo. A los libros se les quiere como a las mujeres complejas de agua y agua.
Meses después volví sobre el Obispo…, sobre el texto, digo, porque en estos países caribeños el lenguaje es tramposo como los imperios. Acababa de revisar por segunda o tercera vez una historia de la Universidad Interamericana de Puerto Rico que Héctor, el mismo investigador del contrabando, estaba completando para aquélla institución universitaria. Esa es una de esas historias que son difíciles de escribir y fáciles de leer. Aquéllas lecturas dispares y distantes me parecieron profundamente emparentadas por diversos senderos.
Un sábado senté a Héctor en el banquillo de los acusados, porque los que practicamos esta disciplina de la historia a veces nos constituimos en fiscales de nuestros propios grandes cariños y los maceramos para depurarlos y quererlos más. Eso hacemos con este Puerto Rico de ceniza y barro y sangre que cantamos en cada página y desde todos los estados del alma que inventó Marc Bloc antes de morir.
Yo quería que Héctor me corroborara ciertos detalles que yo había intuido en este libro de Sadí, para quitarme el fastidio de las rabias contenidas y de las dudas sin método. Efectivamente, esta nivola, que el nombre unamunesco le cae, era en gran parte una parodia de aquélla historia y de aquélla institución. Los otros caminos multifurcados por los que caminaba el texto ya yo los había encontrado porque los había vivido como Sadí. Allí estaba Hormigueros desdibujado y burlado, su Parroquia de Monserrate que yo conocía piedra por piedra y peldaño por peldaño y folio por folio. Y estaban mis amigos de la Parroquia en carnaval de fugas, y los bares de la zona y el pueblo del Manzanares mítico, con sus leyendas, sus pecados y sus glorias. Sadí había hecho algo que yo había descubierto hacía tiempo en una vieja novela de Luis Bonafoux, El avispero, y que yo mismo había intentado en mis cuentos de Las ruinas que se dicen mi casa con más alegría que éxito.
Sadí se constituía de ese modo en otro historicida, a la manera en que nos lo definió Ana Lydia Vega el pasado año en Río Piedras en una recordada tarde para todos nosotros. El arte de este historicida desnudaba la época de la gusanera a través del prisma claro de una región como es el oeste del país que luchó y lucha por tener un lugar independiente dentro de las letras puertorriqueñas. Aquí la locura o la melancolía, que todo depende del tiempo desde el que hablemos, se constituye en un arma de combate para enfrentar una realidad que parece que se nos deshace entre los dedos. La parodia de la transición de los años sesenta, con sus logros y con sus derrotas se nos antoja completa en este texto que debe ser leído porque es el retrato de una generación que se encuentra ante la sima de la pérdida de su pertinencia.
Con El obispo, todas las noches, Sadí patentiza una vez más la necesidad de volver a mirar este tortuoso siglo XX nuestro desde una perspectiva revolucionaria. La denuncia de todo lo denunciable brilla en el discurso narrativo de Sadí con la complejidad de la realidad misma que no conoce puntos, pausas ni comas. Y con esta publicación, la editorial «Cuervo Dorado», abre un nuevo foro para los autores del oeste del país que tantas dificultades tenemos para hacer escuchar nuestras voces.
En 1933, Bertold Brecht se preguntaba en medio de la angustia del crecimiento de la Alemania nueva: «En los tiempos sombríos / ¿se cantará también?» De inmediato se respondía el poeta: «También se cantará / sobre los tiempos sombríos». Sadí canta precisamente sobre ello y nos invita a cuestionar los esquemas del crecimiento de Puerto Rico desde una perspectiva atrevida y retadora. Tal vez, dentro de diez o quince años, podamos pensar en este pasado inmediato nuestro con las mismas palabras del poeta alemán diciendo: «¡Qué tiempos éstos en que hablar sobre los árboles es casi un crimen porque supone callar sobre tantas alevosías!» El Obispo… de Sadí Orsini Luiggi , es una invitación a no callar nunca. Y la aceptamos.
En Hormigueros-Aguadilla, marzo de 1995. Publicado originalmente en Claridad-En Rojo, 13-19 de octubre de 1995: 19.
Filed under: Crítica literaria, General, Narrativa caribeña, Narrativa puertorriqueña, Novela puertorriqueña, Novela social, Sadi Orsini | Tagged: Crítica literaria puertorriqueña, Narrativa caribeña, Narrativa puertorriqueña, Novela puertorriqueña, Novela social, Sadi Orsini | 1 Comment »
Debe estar conectado para enviar un comentario.