Lo sociológico y el mar en Arenales de Loida Figueroa


  • Mario R. Cancel Sepúlveda

Publicado originalmente en Claridad-En Rojo, 20-26 de febrero de 1987: 17.

El lector está ante una obra de fácil lectura en donde, alrededor de una urdimbre de murmuraciones pueblerinas, problema real,  en los barrios, se proyecta el conflicto clasista en el microcosmos de Arenales. La trama sentimental permite la inserción de las grandes preocupaciones de toda una época. Preocupaciones atípicas en 1945 en ciertos casos, como por ejemplo la condición de la mujer dentro de una sociedad machis­ta. Loida Figueroa es precisa en la medida en que en Arenales Reina, la muchacha rebelde, única y distinta, halla tan sólo una solu­ción para su problemática como mujer: Reina ansia ser hombre.

Es difícil imaginar en un barrio arrinconado al mar del suroeste de Puerto Rico, el surgimiento de una rebeldía sexual superior a esa. Es difícil imaginarlo particularmente para quien como yo se crió en un barrio donde las únicas mujeres que rompían con el patrón y la conducta socialmente esperada eran las mujeres “hombreriegas”. En ese sentido Arenales es muy real y atrae al lector que habitó ámbitos similares a los del barrio mítico. La expresión de la represión de la mujer es gráfica. Para ello, Loida ha utilizado su observaciones y todos los recursos de la sociología de las comunidades rurales que ha tenido a mano. 

Loida Figueroa Mercado

Tras dar un vistazo general  a la obra se puede identificar en los trances  descriptivos y narrativos todo el bagaje de símbolos, rasgos y complejos culturales de la gente de barrio.  Ejemplo de ello es, entre otros, la cualidad iniciática de la primera zafra de Vitín.  Aquella era su graduación como “hombre”  y paso previo al forzoso casamiento que la comunidad espera de un “hombre de bien”.

También el rito altamente complejo  del  jugador de billar, Pijuán en éste caso, el de la brisca y el del dominó.  El rito también complejo del pescador en la cercanía al mar,  su miedo al mar y su control sobre las olas.  Pero también se define el lenguaje no-verbal, la comunicación por sím­bolos con un profundo significado social: el abanico  de Mercedes en la casa de los artesanos y el mensaje de superioridad de los mayores cuando los mozos,  al entrar en escena los obreros y pescadores se alejan de las mesas  de las Tiendas, hasta Pijuán,   el más temible de ellos siempre con la mano sobre la cacha del puñal como los bandoleros de un Borges redivivo en el caribe.  El retrato sociológico  es total y puedo asegurar que se trata de un retrato estructurado, pensado maliciosamente. Loida observa la categoría sociológica llamada familia y la desmenuza desde el punto de vista de los roles y funciones socialmente esperados de cada miembro, ojo puesto siempre en la mujer que es el vórtice del relato.

Por otro lado, impresiona el motivo del mar. El mar en Arenales es mucho más que un escenario. Así debe serlo también en la vida de los pescadores que viven en eterna simbiosis con las salinas, el coral, los mangles y el Caribe. En el mar encuentra Reina su amor por Vitín (el mar es procreador). Allí Reina “vence” a Berta, la niña con ínfulas de ciudad y novio solda­do –el también mítico soldado de la Segunda Guerra-, cuando, con la “Naty”, atrae la atención de los Fanfán casi sin desearlo. El mar a veces se encabrita y golpea con mayor fuerza el malecón, en los momentos de gran tensión en la obra.   Hay que recordar las nalgadas que propina don Marcos, el pescador curtido de sol y sal,  a Pijuán; o las bofetadas a Reina.

En ese momento el mar se alza y la bahía ya no tuvo  descanso: “La noche ésa el mar bravuconeaba y el viento aullaba constante y perenne  en una nota de bajo profundo. Y  en el alma del pescador tampoco hubo calma”  (p. 65). Y por último, el mar es escena­rio de la separación parcial de Vitín y Reina: “Vitín y Reina se mira­ron;  ella desde su nave, él desde un peñasco”» (El mar puede ser des­tructor de la misma manera que es progenitor).

Por fin,  el mar también marca el triunfo del amor:    “En la casa del aroma Reina escuchaba y la noche,   el mar y los ecos sonoros repar­tían a todos los vientos el sentido canto de pasión”. Un suave caribeñidad marca esta obra de una manera indeleble. La invitación a su relectura, su justa relectura, está sobre el tapete.

Mayagüez, 10 de abril de 1986

Una respuesta

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